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Alberto Morales Reyes

LOS SÍMBOLOS DE LA PROMESA YAHVISTA COMO MUESTRA DE UNA COSMOVISIÓN INCLUYENTE

UNA RELECTURA DE LA EXPERIENCIA DIVINA DEL PUEBLO DE ISRAEL SEGÚN BENTUÉ ANTONIO, LA EXPERIENCIA BÍBLICA: GRACIA Y ÉTICA, PPC, MADRID 1997

Estamos de acuerdo con Bentué cuando dice que: «Una de las genialidades más sorprendentes de la experiencia recogida en la tradición bíblica es, posiblemente, la manera como el pueblo que la vivió fue capaz de plasmar el carácter absoluto del amor gratuito en medio de formas culturales a menudo marcadas por etnocentrismos y “machismos” groseros»[1].

En esta sistematización de su experiencia de la salvación, un primer indicador de la universalidad de la salvación es el mismo lenguaje utilizado por los hagiógrafos para ponerla por escrito. Encontramos expresiones como “Adán (Hombre) y Eva (Mujer)”[2]; “Éste es el signo de la alianza que establezco entre Yo y toda creatura que hay sobre la tierra (Gn. 9, 17)”[3], para decir que la esperanza permanece gratuitamente abierta para todos los seres vivos. Son expresiones abiertas que incluyen no nada más al pueblo israelita, sino a todo el género humano.

Otro indicador de la universalidad de la salvación son las tres promesas fundantes que Dios hace a su pueblo triplemente frustrado por la finitud inconsistente de la vida, la muerte aniquiladora final y la convivencia radicalmente marcada por el egocentrismo[4]:

1) Al hombre que ha sido expulsado del paraíso, Dios le promete la tierra. Es la promesa de la vida consistente. Ésta no tiene límites, la tierra quiere decir todo el mundo. De ahí que la promesa de la tierra implica una descendencia.

2) Al hombre que quedó cautivo de la muerte, Dios le promete una descendencia. Abrahán sobrevive en sus descendientes, es decir, toda la humanidad creyente. En su descendencia, Abrahán se vuelve inmortal.

3) Al hombre, desde luego, incapaz de convivencia armónica[5], Dios le promete una alianza. La alianza de comunión unifica a todo el pueblo salido de Abrahán (toda la humanidad) como comunidad del único Dios.

Con base en todo eso, podemos deducir que la historia de la salvación es una historia entre el Dios de Abrahán y todo el género humano sin exclusión alguna. Por lo tanto, la salvación, tal como recogida en la tradición bíblica, es universal.

 

[1] BENTUÉ Antonio, La experiencia bíblica: gracia y ética, PPC, Madrid 1997, p. 22.

[2] Ibid. P. 23.

[3] Ibid. P. 21.

[4] Ibid. P. 23.

[5] Ibid. P. 24.

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