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Yulianus Agung

La revolución homosexual: perspectiva cristiana y social sobre la homosexualidad

Si describimos la historia de nuestro siglo actual, se subraya que una de sus características se llama “revolución sexual” (Reich, W., 1970) donde las investigaciones en las ciencias humanas han permitido un conocimiento muy superior acerca de la sexualidad humana, menos cargados de falsos tabúes y de prejuicios injustificados. En este contexto debe situarse la que podríamos llamar, de forma similar, revolución homosexual: en un clima de mayor libertad, las personas homosexuales han aparecido ante el gran público y comienzan a afirmar su condición, algo que era absolutamente insospechado hace pocos años. El considerado vicio secreto se ha comenzado a manifestar públicamente, son muchas más las familias que saben que uno de sus miembros es homosexual y se valoran más las actitudes humanas presentes en las personas con esa condición. De forma gradual, aunque sin duda queda mucho por avanzar, se tiende menos a considerar al homosexual como un “pervertido”, se van desvaneciendo las actitudes homófobas. El mismo uso de la expresión “condición homosexual” refleja una aproximación más libre de prejuicios negativos hacia tales personas (GAFO, Javier, La Homosexualidad: un debate Abierto, Desclée de Brower: Bilbao, 1998, p.190).

Hace unos meses, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe del Vaticano ha indicado que las personas transexuales y homosexuales pueden ser padrinos o madrinas de bautismo "en determinadas condiciones" siempre que no haya "riesgo de escándalo" o de "desorientación" de la comunidad eclesial. Se puede decir que es un paso de un pequeño reconocimiento acerca de las personas homosexuales y también transexuales dentro de la Iglesia. El documento está fechada y firmada por el papa Francesco y el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal Víctor Manuel Fernández. Surgieron muchas reacciones tanto negativas como positivas.

El pasaje bíblico sobre la homosexualidad

            La Biblia es el mensaje salvífico de un Dios que sale al encuentro del hombre en la historia y que culmina con la encarnación de la Palabra del mismo Dios. Los relatos de la creación presentan al ser humano que nace sexuado de las manos del Creador; más aún, la dualidad de los sexos es la que parece realizar la semejanza del ser humano con Dios. Levítico 18, 22 y 20, 13: «No te acostarás con varón como con mujer; es abominación»; «Si alguien se acuesta con varón como se hace con mujer, ambos han cometido abominación; morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos». Se condenan solamente la homosexualidad masculina (GAFO, p. 192). Roma 1, 26-27. San Pablo aborda el tema de la homosexualidad en el contexto de la tesis general de su gran carta a la comunidad de Roma. Al referirse a los paganos, S. Pablo resalta dos actitudes que eran especialmente hirientes para una mentalidad judía; la idolatría y la homosexualidad. Aquí se condena el lesbianismo. Nos parece importante añadir uno de las precisiones sobre este texto acerca del tema. S. Pablo parece entender que el comportamiento homosexual procede de una persona heterosexual que abandona el uso natural de la mujer, por lo que no se referiría a una verdadera condición homosexual (Gafo, p. 196). Los textos bíblicos se refieren al comportamiento homosexual y no condición homosexual no elegida.

La tradición de la Iglesia

            La actitud de Occidente está condicionada por factores múltiples. En la cuestión de menor atención al lesbianismo, apareció una razón de que en la homosexualidad masculina hay algo degradante para el varón, más aún, para la misma condición masculina: la asunción del rol sexual femenino y pasivo. La homosexualidad masculina, al llevar consigo la emisión de semen, aparece especialmente inmoral de acuerdo con las teorías precientíficas que creían que el nuevo ser ya estaba prefigurado en la aportación germinal masculina. La consecuencia es que toda la tradición de la moral sexual de la Iglesia ha estado marcada por la distinción entre los pecados contra secundum naturam, que ya se insinuaba en el texto de la Carta a los Romanos. Lo que diferencia el carácter natural o innatural de la actividad sexual es la apertura a la procreación que, lógicamente, no está presente en la relación homosexual. Por ello, la homosexualidad masculina aparece como un pecado mayor. La homosexualidad entonces fue valorada desde una perspectiva exclusivamente genital, sin reflejar las resonancias interpersonales y afectivas implicadas.

            Las recientes tomas de postura de la Iglesia sobre la homosexualidad se inscriben en doble contexto. Primero, en torno al Vaticano II surge en la teología y en la enseñanza eclesial una nueva perspectiva en la valoración de la sexualidad, que hace más justicia a la riqueza de significados presentes en esta dimensión humana. Segundo, la Declaración Persona Humana (1975). La Declaración Persona Humana hace una distinción de algunos tipos de homosexualidad: la que procede de una falsa educación, de falta de desarrollo sexual normal, de hábito adquirido, de mal ejemplo y otras causas semejantes», a la que califica de transitoria o, al menos, curable y, por otra parte, la homosexualidad definitiva a causa de cierto instinto innato o constitución patológica que se suponen incurables. Al referirse a esa homosexualidad definitiva, surgen voces que justifican las relaciones homosexuales «dentro de una sincera comunión de vida y amor análoga al matrimonio».

 

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             Equipos en debates teológicos

Tres grupos de posturas cristianas en debates (cfr. Müller, W. Homosexualität…1987): Primero, «No a la orientación y al comportamiento homosexual». Para este grupo, la orientación homosexual aparece en alguna forma como irreconciliable con la voluntad de Dios. Ello significa que, no sólo el comportamiento homosexual es considerado pecaminoso, sino que la misma condición es calificada como problema moral. De ahí, que el cambio hacia la heterosexualidad aparezca como una exigencia a la que está llamado el homosexual. Karl Barth afirma que no existe ninguna vida de varón cerrada en sí misma, sino que hace referencia a la mujer y ésta al varón. La humanidad del varón y la de la mujer consisten en concreto en que existan «cohumanamente». 

Segundo, «Si» a la orientación y «no» al comportamiento homosexual. Dentro de este grupo se incluye la gran mayoría de las tomas de postura teológicas, tanto en el campo católico como en el de otras iglesias cristianas. Como ya afirmaba el documento Persona Humana, los autores distinguen entre orientación y comportamiento homosexual, dando juicios diversos de ambos. El comportamiento homosexual es considerado como «falso», incorrecto, pecaminoso, del que la persona homosexual es responsable, pero no lo es de su orientación. Por tanto, «no» a las acciones, pero «sí», en parte o limitado, a la orientación; y un claro «sí» a la persona homosexual. ¿Cuáles son, entonces, las exigencias éticas para el homosexual? Thielicke, un teólogo alemán afirma que, si es posible modificar la orientación, existe obligación de hacerlo. Si esto no es posible se debe intentar sublimar las necesidades sexuales y no practicar la homosexualidad. Si tampoco esto es posible, el homosexual debe configurar una relación sexual de forma ética, en una vinculación adulta y comprometida porque los homosexuales son capaces de relaciones intensas e intimas con otras personas, sin expresión genital, y que la falta de tal expresión no es una pérdida de humanidad. Los que así actúan deben recibir respeto y comprensión por parte de la Iglesia, pero no se debe juzgar esa situación como obvia ni idealizarla. 

Tercero, «Si» a la orientación y al comportamiento homosexual. Los autores de este grupo aceptan éticamente la orientación homo sexual y su comportamiento cuando se dan las mismas condiciones que legitiman el comportamiento heterosexual. En el libro, realizado por encargo de la Asociación de Teólogos de USA, Human Sexuality se afirma que la moralidad de los actos homosexuales debe determinarse por los mismos principios generales que regulan el comportamiento heterosexual. Las expresiones homosexuales son en sí mismas neutras y su moralidad depende del hecho de que sean forma de expresión genuina de amor: «Los homosexuales tienen el mismo derecho a la intimidad y a las relaciones que los heterosexuales. Como los heterosexuales, están también obligados a aspirar en sus relaciones a los mismos ideales... Las normas que rigen la moralidad de la actividad homosexual son las mismas que gobiernan toda actividad sexual.» Podría decirse que, para los autores de este libro, el “genero” sexualidad se realiza en dos especies: la hetero y la homosexualidad. Un planteamiento similar es el del ex-jesuita y homosexual John McNeill (La Iglesia ante la homosexualidad, Barcelona, 1979) afirma que «si un individuo con tendencias homosexuales puede, con la gracia de Dios, emprender con éxito una vida de abstinencia sin conflictos emocionales destructores ni naufragio de la personalidad, no hay duda de que es aconsejable que lo haga». Por ello, la sexualidad humana es una estructura corporal fisiológico-psicológico-emocional, capaz de amar. Es el amor el que confiere significado a la sexualidad humana. El hombre y la mujer homosexuales quieren y aman indiscutiblemente el sexo físico, pero sobre todo quieren y aman ser amados... Cuando una persona homosexual actúa expresamente de forma sexual y genital, el deseo que le empuja no es “tener sexo”, sino “amar”. Quieren sobre todo experimentar amor.

Reflexión personal 

A pesar de todos estos planteamientos, la postura que hay que tomar es que no puede ponerse la homosexualidad al mismo nivel que la heterosexualidad. Considero acertado y justo que se haya excluido a la homosexualidad (si lo entendimos como una capacidad de amar) del catálogo de enfermedades psiquiátricas. Sin embargo, poner la homosexualidad al mismo nivel que la heterosexualidad es incorrecta. A pesar del cumplimiento de ambas personas que aman y son amadas, fieles y estables en todas partes, lo que no hay en ellas es que la procreación. Es una de las características importantes para la vida humana o para la raza y la existencia humana. En la Iglesia católica, el matrimonio basándose en el sacramento es la garantía de realizar todo eso: la estabilidad, la fidelidad, el desarrollo humano, la multiplicación o procreación etc. Si un día todos o—para no exagerar—la mayoría van a vivir esta “revolución sexual”, la consecuencia es que aparecerá el “caos del mundo”. Los nuevos seres humanos perderán el valor de la identidad sexual y de los padres (padre y madre), aparecerán los nuevos seres humanos que salen de la “maquina” o mejor dicho de un proceso de fecundación in vitro (FIV) por la discapacidad de las parejas homosexuales de procrear, etc. Por eso, lo más importante en este caso es no discriminar a las personas homosexuales sino tratarlas como personas que tienen dignidad.

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