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Dieudonné OBENI BAGALANE SX

EPIFANÍA: DIOS SE DEJA CONOCER POR TODOS

La iglesia celebra cada seis de enero la solemnidad de la Epifanía, aunque en varios países se celebra el domingo que viene entre dos y ocho de enero. La palabra Epifanía ha entrado en la liturgia cristiana para evocar la presencia y la manifestación de Dios en el nacimiento de Cristo, tal como aparece en el relato de los magos (Mt 2,1-12)[1]. La epifanía manifiesta que la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas y adquiere la dignidad israelítica (CIC 528). Esa manifestación nos hace entender que la venida de Jesús al mundo fue para que todos lo conozcan y tengan obtengan la salvación.

El Papa Benedicto XVI en su homilía de la misa de la epifanía de 2006 nos recuerda que la Epifanía es misterio de la luz, simbólicamente indicado por la estrella que guio a los Magos en su viaje. Pero el verdadero manantial luminoso, el “sol que nace de lo alto” (Lc 1,78) es Cristo. Esa luz, que ha nacido para nosotros, es presencia de Dios que nos ilumina siempre en nuestro camino como cristianos y que nos invita a ser luz para los demás. Como los reyes magos se dejaron guiar por la estrella, así también necesitamos dejarnos guiar por Jesús en nuestro camino de fe.

Los reyes magos del Evangelio que meditamos en la fiesta de la Epifanía son considerados como representantes de los gentiles. La manifestación a ellos no añade nada extraño al designio de Dios, sino que revela una de sus dimensiones perennes y constitutivas, es decir, que también, como lo expresa san Pablo en su carta a los efesios, los gentiles son cohederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el evangelio.  Eso nos hace entender que la salvación no es solo para los israelitas, sino para todos.

En el contexto litúrgico de la Epifania, agrega Benedicto XVI, se manifiesta también el misterio de la Iglesia y su dimensión misionera. La Iglesia está llamada a hacer que en el mundo resplandezca la luz de Cristo, reflejándola en sí misma como la luna refleja la luz del sol. Los reyes magos, después de adorar a Jesús, se regresaron por otro camino y a anunciar a los demás la alegría de haber encontrado al salvador. Por eso también, se necesita que nuestros encuentros con el Señor nos lleven a ser anunciadores del amor de Dios.

Los magos le ofrecieron oro, incienso y mirra. Es necesario que cada uno se pregunte finalmente qué le puede ofrecer a Dios hoy. Creo que el gran regalo que lo podemos dar a Dios es nuestro sí a su llamada para ser la estrella que guía a los demás a encontrarlo.

 

[1] PIKAZA Xabier, diccionario de la Biblia. Historia y palabra, Verbo divino, 2007, p. 318

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