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Rafael Aguilar Flores SX

Jesús camina en la Cruz

Como misioneros xaverianos, estamos llamados a servir en los lugares donde sea necesario recordar la constante presencia de Dios en medio de su pueblo. Aquí en Salamanca, Guanajuato, tenemos la oportunidad de realizar nuestro apostolado en las comunidades de la periferia de la ciudad. Una de estas comunidades se llama “La Cruz”, cuyo nombre bien le caracteriza por todo el sufrimiento que han venido experimentando. No es un secreto que los asesinatos en esta ciudad están, tristemente, a la orden del día. Precisamente en el mes de octubre, el mes misionero, un comando armado asesinó a tres jóvenes por la disputa de los cárteles en el “comercio de la droga”.

Con el grupo de catequistas de la Capilla “Nuestra Señora de la Luz” y el grupo de jóvenes “Lumen Crucis” (la luz de la cruz), desde el mes de septiembre habíamos programado una procesión con el Santísimo por las calles del barrio. La intención era vivir el mes misionero en comunidad preparando cinco estaciones en diferentes puntos de la colonia, ambientando con los colores de los continentes. Personalmente, esperaba de la comunidad una respuesta moderadamente considerable, es decir, los niños de la catequesis con sus papás. Sin embargo, llegado el día de nuestra procesión con el Santísimo, el sábado previo al DOMUND, me encontré una organización tan eficiente y una cantidad de gente que francamente no esperaba, que inevitablemente me emocioné. Sentí vibrar mi corazón misionero y fui testigo de las obras de Dios, me sentí chiquitito ante lo que estaba viviendo: Jesús entre mis manos, usando mis pies para caminar con los suyos. Conforme dábamos los pasos, más gente se iba uniendo a nuestro caminar. Jóvenes y señores, que nunca he visto en la capilla, dejaban sus cervezas y se quitaban su gorra ante el Santísimo, algunos hasta se persignaban.

Aún me conmueve el recordar esa actitud de fe y esperanza que manifestaban, era como si hubieran estado esperando desde hace mucho tiempo ese momento. Ser testigo de la fe de una comunidad, es un regalo incalculable, sobre todo cuando te transmiten la capacidad de tener esperanza aún en situaciones de impotencia y de dolor. Mi humilde objetivo era hacer presente a Cristo en medio de ellos, cuando en realidad Cristo se me presentó a mí en el rostro de su pueblo.

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