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Cuenta una leyenda que Artabán se había puesto de acuerdo con Melchor, Gaspar y Baltasar para ir a buscar al Niño Dios que acababa de nacer. Y mientras se dirigía a la ciudad de Borsippa desde donde iban a comenzar el viaje, se encontró en el camino a un anciano a punto de morir. ¿Qué hago? Se preguntó, pues si se detenía a ayudar al anciano de seguro los otros reyes partirían sin él, y si no lo ayudaba, con qué cara se presentaría a ver al Niño Dios.

 

Decidió ayudar al anciano, pero cuando llegó a Belén, ya no encontró al niño Jesús, pues sus papás habían huido a Egipto para evitar que Herodes lo matara. Lo anduvo buscando por treinta años, hasta que un día se enteró que estaba en Jerusalén. Inmediatamente fue a buscarlo para ofrecerle el único rubí que le quedaba del cofre lleno de piedras preciosas que había pensado regalarle cuando era niño, pues en todos esos años, las había utilizado para ayudar a los necesitados.

Al llegar a Jerusalén, escuchó que lo llevaban a crucificar, caminó rápidamente para ver si con aquel rubí podía salvarlo de la muerte, pero ya era demasiado tarde; fuera de las murallas, moría clavado en una cruz. Muy triste y cansado de tanto viajar, se sentó a la entrada de la ciudad y pidió perdón a Dios por no haberle podido entregar el regalo. En ese momento escuchó la voz de Jesús que le decía: Gracias por todo lo que me has regalado en tu vida, pues tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste, enfermo y encarcelado y me visitaste. Desde hoy estarás conmigo en el paraíso.

Estamos terminando un año especial, en el cual el papa Francisco nos invitaba a que creciera en nosotros el amor por la misión, y darnos cuenta que el mundo sigue necesitando hombres y mujeres que, en virtud de su bautismo, respondan generosamente a la llamada a salir de su propia casa, y ayuden a acabar con los grandes problemas que aquejan a nuestra sociedad y que provoca el sufrimiento de tantas personas.

Tal vez para algunos este año, les hizo tomar conciencia de que todo cristiano es siempre una misión, a otros les sirvió para conocer el mundo de las misiones, otros quizás ni se enteraron de este acontecimiento.

Pero más allá de cómo lo hayamos vivido, la misión es una realidad que no puede faltar en nuestra vida, pues nos hace verla de distinta manera y nos recuerda que a Jesús no solo lo encontramos en los sacramentos y en la oración, sino que ha querido que lo encontremos también en las personas necesitadas, y por tanto, no debemos ser como Herodes que se quedó en la comodidad de su palacio pensando en sus propios problemas, sino más bien como los magos que se pusieron en camino, sin tener la certeza a dónde los llevaría la estrella.

Y, también nosotros nos deberíamos cuestionar como Artabán. ¿Qué hago? Una pregunta que podría tener dos respuestas: la primera, revisar cómo va mi vida, qué he hecho para encontrarme con Jesús y la segunda respuesta, que puede ayudarnos a vivir mejor el Adviento y cambiar lo que no va bien en nuestra vida y la manera de vivir nuestra fe.

Qué bonito sería, que nos diéramos cuenta que cada uno de nosotros somos como ese cofre lleno de piedras preciosas que Artabán pensaba regalarle al Niño Dios, pues el Señor a cada uno de nosotros nos ha dado cualidades que podemos poner al servicio de los demás, para hacer nuestro mundo más humano, un mundo como Dios lo proyectó al comienzo, en donde el ser humano vive en paz consigo mismo, con los demás, con la creación y con Dios.