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P. Saúl Ruíz s.x.

Nuevos caminos para la Iglesia

Cuando el papa Francisco anunció que habría un Sínodo para la Amazonia, sentí mucha alegría y comencé a seguir algunas noticias que iban apareciendo. Por el interés que me suscitaba participé de dos encuentros. El primero fue en Castanhal, organizado por la Red Eclesial Panamazónica (REPAM).

El segundo encuentro fue el de la vida consagrada; respondimos a una serie de cuestiones que servirían para preparar el Instrumentum laboris; recuerdo que en mi grupo hablamos mucho sobre la necesidad de reconocer nuevos ministerios que surgen de las necesidades de las comunidades.

Tiempo después, apareció la propuesta de un breve curso a distancia sobre el Sínodo para la Amazonia. Me inscribí. Lo bonito de ese curso fue que se compartían las reflexiones de los que estudiábamos.

Justo en ese período, recibí un comunicado del padre general, Fernando García, comunicándome que habían tenido una reunión de los superiores generales en Roma y que el Papa les había pedido la participación de quince religiosos en el sínodo; para lo que fueron propuestos nombres de religiosos con experiencia en el ambiente amazónico. El padre Fernando indicó mi nombre que acabó siendo electo. ¡Fue una grande sorpresa!

El Sínodo para la Amazonia fue el fruto de un camino sinodal que venía construyéndose en Brasil desde muchos años atrás y culminó en una petición de los obispos para su realización. Este sínodo tuvo un lema que partió de dos grandes urgencias: una pastoral y una ecológica. El lema fue: Nuevos caminos para la Iglesia para una ecología integral.

Durante el sínodo se hicieron sentir estas dos grandes urgencias. Se dijo que, dejarlas para después ¡sería demasiado tarde! Los participantes del sínodo fuimos compartiendo lo que habíamos escuchado en nuestras comunidades. Y cada vez se hacía más fuerte el grito: Las comunidades tienen derecho a celebrar la Eucaristía.

Ya que en muchas de las comunidades de la Amazonia se tiene acceso a la Eucaristía solo una o dos veces por año, debido a la dificultad de visitarlas a causa de las grandes distancias, al gran número de comunidades y a la escasez de sacerdotes. La grande mayoría de las comunidades eclesiales han vivido hasta ahora solo con el pan de la Palabra y poco con el pan de la Eucaristía; y por eso su clamor de recibir también a Jesús en la comunión. ¿Cómo atender a esta petición?

La solución más contundente se manifestó en la necesidad de pasar de una pastoral de visita a una pastoral de presencia. Porque en esos inmensos territorios, la solución que siempre se dio para responder a esta necesidad, fue la de visitar las comunidades y celebrar los sacramentos; siempre vinculados al ministerio del padre, del sacerdocio. Y surgía la cuestión, ¿cómo superar esa manera de hacer pastoral?

La solución que más se escuchó fue la de encontrar a alguna persona de la comunidad que pudiera celebrar la Eucaristía. Aquí estaba la novedad: escoger a alguien que fuera idóneo para presidir la Eucaristía, aunque fuera casado, y darle la ordenación sacerdotal. Esto haría posible la celebración dominical, tendría la presencia estable y no tendría que recorrer grandes distancias.

Algunos opinaban que la ordenación de los así llamados viri probati, es decir, hombres casados que tengan una buena vivencia de vida cristiana, podría ser posible ya que el celibato no se encuentra vinculado por naturaleza al sacerdocio. Solo que se tendría que ser reglamentado tanto por la Santa Sede como por las conferencias episcopales. Unida a esta propuesta se dejaron sentir con fuerza otras dos: la ordenación diaconal de mujeres y el reconocimiento de su importante función dentro de las comunidades eclesiales. Al final del sínodo el papa Francisco se comprometió a restablecer una comisión de estudio para evaluar y ver la posibilidad de llevar adelante esta última propuesta.

Otro grito fue el ecológico. Unidos a tantas voces en el mundo, el sínodo también levantó su voz denunciando la destrucción que se está llevando a cabo en la Amazonia en beneficio de unos pocos.

Por eso se pidió respetar, valorar y escuchar a sus habitantes. Ellos han sabido convivir muchos años con el ambiente sin destruirlo, en armonía natural sintiéndose parte del mismo. Tenemos mucho que aprender de ellos, tienen mucho que enseñar a la humanidad. La Iglesia ya está aprendiendo y está plasmado en la encíclica Laudato si, donde se nos llama la atención para vivir la ecología integral: estar bien consigo mismo, con los otros, con Dios y con su creación. Es necesario cambiar nuestro estilo de vida, amar y defender la creación.

Esos fueron los dos grandes gritos que se hicieron sentir con más fuerza en este sínodo. Pero su realización nos dejó también un tercer mensaje: la importancia de la sinodalidad. La importancia de escucharnos, de buscar juntos y caminar unidos en el intento de resolver nuestros problemas pastorales y ecológicos. Porque todo está intercomunicado. Todo lo que hacemos afecta nuestra relación con nosotros mismos, con los demás, con Dios y con la creación.