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P. Pablo Emmanuel Torres s.x.

¡Era forastero y me ayudaste!

El pasado mes de junio se inducía a la Jornada Mundial del Inmigrante y del Refugiado, dentro de ese marco el Santo Padre hizo una reflexión y una invitación a que se confronte en la sociedad las condiciones y los motivos de los desplazamientos forzados. Nadie abandona su hogar sin la esperanza de encontrar mejores condiciones para los suyos, a ese respecto no se puede hacer caso omiso de la actual cultura del descarte.

 

Las culturas que se pueden catalogar dominantes muchas veces obtienen lo que quieren a costa de la violencia y la separación de familias, por recursos económicos y territoriales. Esta jornada en este año se trasladará al último domingo de septiembre, ya que se quiere proponer a las iglesias locales que se organicen para apoyar la causa de los inmigrantes y refugiados, una realidad humana altamente dolorosa.

El tema de este año será: “No se trata solo de inmigrantes”, lo cual obviamente busca que no se les trate como números y estadísticas, sino que se tome en cuenta a las familias que sufren a partir de la realidad del desplazamiento. El dejar su “hogar” para establecerse en otro territorio para tener mejor calidad de vida o supervivencia nos recuerda la experiencia que vivió Jesús, María y José cuando tuvieron que huir a Egipto para refugiarse ante la persecución de Herodes.

Así pues, como la Sagrada Familia enfrentó ese drama familiar de correr por sus vidas, desgraciadamente no todos corren con la misma suerte, hay quienes por un bombardeo o por jugarse todo a través del mar, lo pierden todo. No se trata solo de políticas o fronteras, se habla sobre todo de humanidad. Nuestro Dios nos colocó un corazón de carne, así pues, te invito a reflexionar: ¿A qué te mueve ese latido? ¿Qué quieres hacer?

La situación actual de los refugiados ha desbordado la capacidad de los gobiernos y de los estados porque la llegada de muchos de ellos es de emergencia, ya que son víctimas de la guerra y la violencia. Es allí donde entra una doble visión de nuestra realidad de lo que no se ha hecho y se debe hacer y la de agradecer lo que afortunadamente se tiene y de lo que se busca compartir, pues la jornada del inmigrante y refugiado, es una oportunidad para reflexionar sobre este doloroso suceso que si no empezamos por hacer algo está lejos de disminuir.

En otras palabras, esta jornada nos invita a cada uno a hacer acciones concretas, ya no se puede dejar todo a los gobiernos ya que se ha visto su limitación, pero sí se puede hacer algo desde lo pequeño o sencillo. Es pues ocasión de que se active nuestra caridad, nuestra creatividad como Iglesia misionera.