Skip to main content
P. Paolo Andreolli s.x.

Cuenta con nosotros

Queridos amigos de los Xaverianos, estamos en el mes de octubre, el papa Francisco nos invita como bautizados a ser misioneros, es decir, una Iglesia en salida que no se encierra en sí misma, sino va al encuentro del prójimo para compartir con él, la alegría de haber encontrado a Aquel que da sentido a nuestra vida: Jesús.

 Perdón, no me he presentado todavía: soy el padre Paolo Andreolli, misionero xaveriano, italiano; estoy de misión en la Amazonia (norte de Brasil) desde hace once años. Actualmente trabajo en la animación misionera y vocacional con el encargo de animar a los jóvenes de hoy a abrazar sin temor la vida misionera y xaveriana.

Todos los días encuentro jóvenes llenos de talentos, interesados en la misión, empeñados en la parroquia, entregados a las cosas de Dios; jóvenes brillantes, como Francisco Xavier, que buscan construirse un futuro con una buena profesión y un buen salario, que les permita también dar un servicio parroquial, pero… que temen dejarlo todo para seguirlo; miro con aprecio a estos jóvenes y digo: No tengan miedo de dejar todo y seguir a Jesús, yendo al encuentro de los más lejanos, de aquellos que reciben la visita de un sacerdote solamente una o dos veces al año. No tengas miedo de dedicarte y entregarte para construir un mundo más justo según el sueño de Jesús, no tengas miedo. ¡El Señor está a tu lado y te dará el ciento por uno!

Queridos amigos, ya han pasado muchos años desde aquel otoño de 1984, cuando el xaveriano, el padre Simoncelli Virgilio, visitó mi pueblo con motivo de una jornada misionera y nos habló de la misión de África donde él estaba trabajando y de ese continente, ¡que tenía necesidad de misioneros! Muchas personas interesadas por conocer a Jesús y pocos trabajadores dispuestos a entregarse completamente a esta misión. Recuerdo como si fuera ayer, cuando nos preguntó: ¿Quién de ustedes quiere ser misionero xaveriano y ayudarme en África? Recuerdo mi alegría y de muchos compañeros de la catequesis cuando levantamos la mano y dijimos: ¡Yo, yo… nosotros te ayudaremos, cuenta con nosotros! Todavía ahora se me pone la piel de gallina cuando pienso en ese momento. No pasó mucho tiempo para que mi amigo el padre Simone (así el padre Virgilio se hacía llamar), apareciera en mi casa y me propusiera pasar las vacaciones de verano con otros aspirantes.

Queridos amigos, esa ha sido la chispa que encendió en mí la determinación de entregarme totalmente a la misión, que los xaverianos me habían presentado. Ya he cumplido veinticinco años de profesión religiosa: habló de aquel día inolvidable en que he pronunciado los primeros votos religiosos al final del noviciado junto con otros ocho compañeros. Si, veinticinco años, y si pudiera regresar al pasado, ¡lo volvería a hacer! ¡De verdad, el Señor es fiel! He recibido más que el ciento por uno.

Les escribo, recién llegado de la misión de Marajó, donde he pasado una semana visitando familias, compartiendo su vida, celebrando la Misa, confesando, escuchando sus historias… personas prácticamente jamás vistas, que reciben la visita de un sacerdote una vez al año, que me han recibido con lágrimas en los ojos, y que también, me han afianzado en la vocación misionera xaveriana.

Ser sacerdote en estos lugares o en Italia, ¡no es lo mismo! Aquí lo que hace la diferencia es un pueblo que tiene sed de Dios, que pide formación y espiritualidad. Con todo respeto por los sacerdotes que hacen ministerio en Europa, el misionero en tierras de misión no es uno más, sino es realmente aquella respuesta al grito del pueblo de Dios que pide pan y Dios le envía el maná del cielo. Perdón, si soy un poco parcial, pero siento el fuego de Francisco Xavier al ver cuántas personas esperan a un misionero y este quizás no ha llegado a ser misionero por temor a dar un salto de fe. A ti joven te digo, si te has sentido tocado por estas palabras, no finjas, sino cultiva esta semilla y un día harás la diferencia para muchas personas.

Regresando un poco, le he dicho que con once años entré en el Instituto. En Ancona viví uno de los mejores años de mi vida: un año en el cual he dicho soy un xaveriano, el Señor me llama a seguirlo totalmente, y así con el apoyo de mi familia he dicho, sí. A los ojos de la Iglesia había hecho una profesión temporal de votos, pero en mi corazón me había consagrado para siempre.

Queridos amigos, no puedo callar mi gran reconocimiento, mi infinito GRACIAS a mis padres Mario y Giuliana, y a mis queridas hermanas, Elena y Laura. La familia puede ser un gran obstáculo, pero también pude ser una grandísima ayuda. Confieso que no ha sido fácil dejar a mi familia para seguir al Señor, pero he descubierto que mi familia me ha seguido y está ahí en cualquier parte del mundo donde el Señor me llama. No está físicamente, pero recibo de ellos apoyo constante. Conforti soñaba hacer del mundo una familia, y yo tengo un gran ejemplo como referencia. Queridos jóvenes, no perdemos a nuestra familia, sino extendemos sus límites hasta los confines del mundo.

¡La vida misionera xaveriana es hermosa! Entregarme a este gran ideal es un privilegio que el Señor me ha hecho y que probablemente también te esté haciendo también a ti, querido amigo. ¡No tengas miedo, confía en Él!