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P. Rubén Macías s.x.

Misioneros ricos de humanidad

Recuerdo que un día estaba platicando con una señora sobre lo que hacíamos los distintos hermanos en nuestra misión de Bugwana, Burundi. A un cierto momento me interrumpió y con una expresión de asombro me dijo: Entonces padre, ustedes tienen que saber de todo, pues en lo que me dice, veo que la hacen de médicos, de sicólogos, de constructores, de agricultores, de predicadores, de todo. Qué hermosa su vocación que los hace personas llenas de cualidades y de virtudes.

 

Al recordar lo que esta señora me dijo me vienen a la mente tantos cohermanos, sea en la misión de Burundi, como aquí en México, que han sido y son, en verdad, hombres llenos de múltiples cualidades, misioneros ricos de humanidad.

San Guido María Conforti así nos quería, no solo capaces de hacer muchas cosas, sino más bien personas dotadas de una rica personalidad y de una espiritualidad más que profunda. Una humanidad rica y equilibrada es la mejor síntesis de las virtudes del Xaveriano, decía un formador. El fundador quiso además que, como misioneros, tuviéramos gran apertura de horizontes, capacidad de adaptación sostenida por una humanidad rica y equilibrada, y cultura adecuada a las necesidades de nuestra misión. Fieles a su deseo, fomentamos en nosotros el espíritu creativo, sin trabas o prejuicios hacia personas, culturas, ambientes y métodos de evangelización (C 4).

Para ello, debemos mirar a Cristo, hombre perfecto, modelo y fundamento de nuestra personalidad y nuestra vida misionera. ¡In Omnibus Christus! Cristo es todo en todos, nos pedía nuestro fundador, para él Jesucristo es el ser más grande y más alto que nos presenta la historia. El misionero tiene que configurarse a Él, hombre perfecto. He ahí el secreto de nuestra humanidad que debe alcanzar esa altura al buscar asemejarnos continuamente a Él. Siempre es Él, nuestro divino Maestro. Si el hombre, al estudiarse a sí mismo, no se refleja más que en los destellos inseguros y a menudo incoherentes de la sabiduría humana, ve su naturaleza empequeñecerse y rebajarse, pero si se mira con fe a la luz de Cristo, se libera de toda contradicción, de toda duda, se vuelve más noble, más bello, más digno de sus altas finalidades, en una palabra, se vuelve verdaderamente hombre.

He ahí el camino, hermanos, para alcanzar esta gran humanidad de todo misionero: Jesús, camino, verdad y vida. La espiritualidad misionera nos invita a descubrir a Jesús hombre perfecto, no solo trabajar por una espiritualidad que nos lleva a descubrir en Él todo el esplendor de su divinidad, sino también toda la grandeza accesible a nuestra humanidad. La vida de Jesús debe ser vista como la mejor escuela de humanidad. Recuerdo mucho la formación que me daban algunos de mis formadores, en especial los padres Ángel Pisanu, Rosti, Bruno, Tiberio y otros más que me llevaban a contemplar así a Cristo en su humanidad bella, atrayente, al alcance de mis manos. Hoy los jóvenes necesitan descubrir modelos de humanidad, hombres de su tiempo que los estimulen y los lleven a ver, de modo palpable ese Jesús, hombre perfecto, modelo de humanidad plena.

Preguntémonos: ¿Jesús es el modelo de mi humanidad? ¿Bajo su luz desarrollo mis cualidades, mis virtudes, todo aquello que enriquece mi personalidad? ¿En mi trabajo misionero, pregono esa humanidad atrayente? ¿Transmito al hombre de hoy este modelo de hombre perfecto? Que san Guido nos ayude a ver, buscar y amar en todo y en todos a nuestro Señor Jesucristo.