Skip to main content
P. Roberto Carlos s.x.

Testigos de paz

Las primeras palabras que Jesús dirige a sus discípulos después de la resurrección son: La paz esté con ustedes. Ciertamente, el Maestro encuentra a sus amigos encerrados, temerosos y con miedo de correr la misma suerte que Él. En esas circunstancias se manifiesta a sus amigos devolviéndoles la confianza, la alegría de estar con Él, pero sobre todo siembra la paz en su corazón y en su mente, transformándolos en testigos de la paz que Él les ofrece.

Este mensaje se dirige a todo cristiano. Hoy, parece difícil ver la paz en lo cotidiano de la vida. Es suficiente darle un vistazo a nuestros periódicos y noticieros, locales y nacionales, para darse cuenta de los múltiples conflictos por los cuales pasa el país en estos momentos: inseguridad, violencia en múltiples sectores de la sociedad y al interior mismo de la familia, ajuste de cuentas. Frente a todo esto, como cristianos tenemos mucho qué hacer y el mensaje de Jesús resucitado es de actualidad.

Por eso, es necesario dar una mirada a nuestra cultura y descubrir lo que venimos arrastrando y genera violencia en nuestros ambientes cotidianos. Cuántas veces no hemos escuchado: ¡No te dejes! ¡Defiéndete! ¡Pégale fuerte! Expresiones tan populares, aparentemente inofensivas, pero sus consecuencias son devastadoras y destructivas, en la familia y en la sociedad, tanto en niños, adolescentes, jóvenes como en adultos. Ya que con estas frases estamos expresando mensajes como: ¡Véngate! ¡Humíllalo! ¡Destruye al otro!

Con estas frases, el ser humano desde pequeño es incitado continuamente a la violencia, a la venganza, a una actitud de imponer su respeto u orden por la fuerza, provocando conflictos regularmente. Siendo así, que esta actitud negativa se va adquiriendo poco a poco hasta que se convierte en una reacción automática, es decir, hasta actuar sin reflexionar.

Todo esto trae como consecuencia la violencia que se manifiesta en riñas en la familia o entre familias, conflictos callejeros tanto personales como entre grupos, generando a su vez, división, desorden, derramamiento de sangre e incluso la muerte y posibles problemas sin límite de tiempo.

Frente a esto, Jesús nos invita a reconocer nuestro mal y a practicar el perdón o la reconciliación. Por eso, estamos invitados a vivir la paz y vivir en paz. Para lograrlo, lo primero que debemos corregir es renunciar a ese grito tan popular de ¡No te dejes! por el grito de ¡Perdónalo! ¡Reconcíliate!

Tal vez muchos de nosotros vivimos en un contexto similar al de los amigos de Jesús: encerrados, temerosos y con miedo de correr la misma suerte que muchos de nuestros paisanos. Pues bien, el Maestro se sigue manifestando a cada uno de nosotros cristianos, nos devuelve la confianza y la alegría de su presencia en nuestras vidas, para salir, proclamar y ser testigos de su paz en lo cotidiano de la vida.