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P. Juan Juárez s.x.

Y el gallo cantó

Hace unos días leí un artículo que me llamó la atención, contaba que, en la catedral de Santo Domingo de la Calza, un pueblo español de la Rioja, en un gallinero dentro de la iglesia, hay un gallo y una gallina blanca que recuerda un milagro de este santo. Cuenta la leyenda que un matrimonio junto con su hijo que iban de peregrinación a ver al apóstol Santiago en Compostela, se hospedaron en un mesón del pueblo para pasar la noche. La hija del posadero, se enamoró del joven y al no ser correspondida decide vengarse ocultando una copa de plata en el equipaje del joven que es acusado de ser un ladrón por lo cual es condenado a la horca.

Al día siguiente de la ejecución, sus padres, antes de emprender el viaje, van a ver el cuerpo de su hijo, quien sorprendentemente estaba vivo y les dice: El bienaventurado santo Domingo de la Calzada me ha conservado la vida contra el riguroso cordel… vayan a contar este prodigio. Los padres fueron a contar lo sucedido al corregidor de la ciudad, que, escéptico, dice: El joven está tan vivo como el gallo y la gallina asados que estoy a punto de comer. Al instante las aves recuperan las plumas y la vida, y comenzaron a cantar dando fe del milagro.

El canto de este gallo me recuerda otra historia que se encuentra en la Biblia. Los evangelistas nos cuentan que mientras Jesús está siendo procesado por las autoridades judías, en el patio es interrogado san Pedro para saber si también él es seguidor de Jesús. A la tercera vez que niega conocerlo, se oye entonces el canto de un gallo. En ese momento Pedro recuerda lo que le había prometido a Jesús apenas unas horas antes: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré, y lo que Jesús le había dicho: Yo te aseguro que esta misma noche, antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces.

Es muy bonito el detalle que nos transmite san Lucas, pues dice que mientras Pedro está negando a Jesús por tercera vez, Jesús fija su mirada en él. Aun cuando el evangelista no nos diga qué fue lo que vio Pedro en esa mirada nos lo podemos imaginar; en esa mirada no encontró reproche, sino ternura, comprensión, perdón… no solo era la mirada de un hombre, sino la mirada misericordiosa de Dios.

Seguramente con el paso de los años cuando san Pedro escuchaba el canto del gallo, le recordaría ese hecho de su vida con sentimientos encontrados, ya que fue el momento donde palpó su fragilidad, pero también la cercanía de Jesús que seguía confiando en él, a pesar de sus errores. El canto del gallo se convertiría para Pedro en el símbolo de la oportunidad que Dios le brindaba de volver a comenzar.

En muchas culturas, el canto del gallo se relaciona con el comienzo de un nuevo día, y por tanto de un nuevo comienzo, es precisamente lo que experimentaron tanto el joven de la historia como san Pedro. En este tiempo de pascua en que celebramos la resurrección, creo que es un buen tiempo para descubrir en nuestras vidas también nuestros propios canto del gallo, es decir, aquellos momentos en los cuales a pesar de nuestros errores, hemos sentido también la mirada de Jesús que sigue confiando en nosotros.