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P. Rubén Macías s.x.

Como Cristo misioneros del Padre

En esta ocasión meditemos sobre otro tema importante en la vida de Conforti: la misión nos configura a Cristo, misionero del Padre.

En la Iglesia, el Espíritu Santo toca los corazones de los fundadores de congregaciones a los cuales les inspira carismas particulares que no son otra cosa que un modo de imitar a Cristo, o de poner en acción un misterio particular de la vida de Cristo. Para nuestro amado fundador, el modo más sublime para imitar a Cristo es poniendo en práctica su realidad de enviado del Padre a anunciar a todo el mundo la verdad de su Reino: Como el Padre me envió, yo los envío (Jn 20,21). Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio (Mc 16,15).

Escribe el fundador: Cada uno de nosotros debe estar íntimamente convencido de que la vocación a la que ha sido llamado no podría ser más noble, ni más santa, porque nos hace semejantes a Cristo (CT 1). En otro texto nos decía también: Yo soy el camino, la verdad y la vida; aquel que me siga, no caminará en tinieblas (Jn 14,6), dijo el Maestro divino. Y estas palabras deberían convencernos sobre el deber que tenemos de mantener siempre fija la mirada en Él, como modelo incomparable que debemos imitar… (1919, abril, Parma, Manuscrito “La Palabra del Padre”).

El misionero pues tendrá que tener siempre delante de sus ojos a Cristo: modelo incomparable para el hombre apostólico (RF 67), ser su copia fiel (RF 14), ser como Cristo paciente, afable y prudente (RF 15), pensar, juzgar, amar, sufrir, trabajar con Jesucristo y por Jesucristo (RF 18).

Esto implica cosas muy concretas e importantes en el momento de anunciar el Evangelio; descubrirse cómo Cristo enviado del Padre nos da fuerza y seguridad al hablar; humildad y equilibrio al trabajar y una esperanza sin igual. Es así como lo he sentido en mi experiencia misionera en Burundi.

En los momentos difíciles que vivía, sea por la guerra, en el momento de violencia, como cuando asesinaron a las hermanas xaverianas o en otros momentos, me venía una fuerza para estar ahí, pues me sentía enviado del Padre, con la seguridad de sentirme apoyado, sostenido y enviado a ser testimonio de su presencia y de su Palabra. Muchas veces antes de dar un tema a los jóvenes en Burundi, o de visitar una comunidad de base en problemas, o de dar una homilía ante una comunidad con problemas serios de divisiones o demás, me preguntaba: ¿Qué es lo que les voy a decir? ¿Qué palabra puede ser la justa ante esta situación?

Descubrirme enviado por el Padre, me ayudaba a dirigirles el mensaje con humildad, sabiendo que no eran mis palabras o mis pensamientos lo que contaba, sino la Palabra del Evangelio que sana y libera; ello me hacía también reconocer que solo soy instrumento en sus manos; solo soy siervo inútil que hace lo que tenía que hacer. Sentirme enviado del Padre me da finalmente una enorme esperanza, sabiendo que la obra del Reino no se limita a lo que nosotros hacíamos, ni a los resultados de nuestra acción misionera, no se encierra a nuestro presente, sino que es la obra del Padre que sigue adelante, con lo que hacemos, con lo que harán los demás y que nos llevará finalmente a la construcción de su Reino eterno.

Vivamos así nuestra acción misionera, bajo la enseñanza de san Conforti, como Cristo, enviados por el Padre.