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P. Marcos Garduño s.x.

El llamado a la vida

Se dice que cada nacimiento de un bebé es el signo indeleble de que Dios no se ha arrepentido de la creación y subsistencia de la humanidad. Esto despierta mucha alegría y esperanza a nuestro género humano.

El hecho de estar iniciando un nuevo año, nos vuelve a poner en sintonía con la reflexión de las oportunidades que la vida nos ofrece y los retos que se nos presentan para alcanzar las metas que nuestra misión en la vida nos exige trabajar en ello.

La oportunidad que tenemos como seres humanos de nacer de nuevo (cfr. Jn 3,7), es decir, de renovarnos e impulsarnos de nuevo en la vida con nuevas fuerzas.

Nacimiento y renacimiento son parte de nuestra dinámica de vida a la que estamos llamados a experimentar constantemente por un lado con gratitud y por otro, con un renovado esfuerzo, teniendo siempre conciencia de que la vida es un regalo inmerecido por parte de Dios, para quienes tenemos fe, una vida llena de sentido y valor, no solo por el tesoro que significa en sí misma la vida, sino, que toda vida humana viene enmarcada dentro de un plan divino, acompañada de una misión especial que cumplir aquí en la tierra y que  trasciende tiempo y espacio para la eternidad; esa misión siempre digna, preciosa porque nace de su Creador y tiende hacia Él mismo con la finalidad de dignificar y salvar al género humano en toda su integridad, evitando cualquier concepto de predestinación o casualidad. Dios siempre salvaguarda la libertad de atender o no a su llamada que no cesa de realizar para que no deje de cumplir con la finalidad a la que ha sido creada y que siempre va encaminado a su plena realización personal y la de la humanidad entera.

Dios pues, nos llama por nuestro nombre, el nombre significa ya en sí mismo la misión que Dios nos tiene preparada, según el lenguaje bíblico, de tal suerte que, por muy indiferentes o distraídos que podamos aparecer ante las situaciones de la vida, Dios aprovecha de los acontecimientos de nuestra vida, nuestra historia, de otras personas, ejemplos de vida, las Sagradas Escrituras para que conozcamos con claridad cuál es nuestra misión en este mundo, quedándonos sin armas o maneras de justificarnos que no conocemos la finalidad y los frutos de este llamado a cumplir nuestra vida en esta tierra.

Es así que es preocupante la situación en nuestros días de muchos jóvenes y en especial jóvenes ya maduros, por decirlo de alguna manera, que se siguen sintiendo desorientados ante la vida, que brincan de un lugar a otro sin poder encontrar un lugar cómodo de acción y producción frente a la sociedad, la humanidad, mucho menos que no encuentren un lugar provechoso de servicio dentro de las grandes tareas que tiene la Iglesia en servicio de la evangelización, única y principal tarea de una Iglesia que se reconoce misionera, enviada, que no puede sentir más quietud ante la enorme tarea de llevar la buena nueva, del anuncio de la presencia del reino de Dios en nuestra historia humana, que crece discreta pero eficazmente.