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P. Carlos Abraham Zamora s.x.

Un cinturón, una ruta

Hace más de dos mil doscientos años el primer emperador chino Qin Shi huang, impulsó la construcción de la gran muralla China, una formidable obra arquitectónica que llegó en los siglos siguientes a extenderse por más de seis mil kilómetros, marcando los límites del territorio de los pueblos civilizados de China y los de sus vecinos bárbaros.

No obstante el deseo de este monarca por mantenerse separado de los ataques bélicos y la influencia ideológica desde fuera de sus fronteras, China seguía provocando una fuerte atracción e interés por sus productos comerciales y su desarrollo cultural. Esta atracción encontró una vía de encuentro, la legendaria Vía de la Seda, desde el siglo XIX conocida como La Ruta de la Seda, por la cual, durante siglos transitaron caravanas de camellos que llevaban y traían productos de Oriente y Occidente. No nos referimos a una vía lineal única, sino de una verdadera red de rutas comerciales organizadas a partir del negocio de la seda que desde el siglo I a. C., que se extendía desde Xi’an, la antigua capital hacia todo el continente asiático, conectando a China con Mongolia, las naciones del Asia Central, el subcontinente indio, Persia, Arabia, Siria, Turquía, en fin, hasta las puertas de Europa y África.

Sin lugar a dudas, no solo funcionó como una ardua pero eficiente vía comercial, ya que fungió como un corredor por el que se transmitieron ideas, conocimientos y también los fundamentos del budismo y el islamismo. Eventualmente los primeros contactos del mensaje del Evangelio llegaron a China a través de esta vía, primeramente con los nestorianos y después con los franciscanos durante la dinastía de los Kanes, fue en este periodo cuando llegaría hasta esas tierras el legendario mercader veneciano Marco Polo.

San Francisco Xavier, intentaría ingresar a China desde las costas del sur, ya que en su tiempo la ruta de la seda se había interrumpido por el hermetismo que la dinastía Ming había impuesto para defender nuevamente sus territorios, además de la desestabilización social y los graves conflictos entre los pueblos de esa región del mundo. No obstante todo, Xavier estaba convencido del gran influjo que China tenía sobre Japón y otros países del Lejano Oriente.

Paradójicamente, en la actualidad, mientras otros países crean muros proteccionistas, China ha emprendido un proyecto global de transportes sin parangón en la historia. Lo que hace apenas dos años parecía solo una idea de revitalizar la antigua Ruta de la Seda, se ha convertido en el mayor desafío de la economía mundial, una revolución total en las infraestructuras de tránsito de pasajeros, mercancías, hidrocarburos y alta tecnología. Denominado un cinturón-una ruta (One Belt-One Road, en inglés).

El conjunto de este titánico proyecto tiene el potencial de renovar el comercio, la industria, la innovación, el pensamiento y la cultura, al igual que sucedió con la Ruta de la Seda. Su influencia repercutirá en el mapa económico mundial.

Con los sueños de los grandes misioneros del pasado, el papa Francisco se ha aproximado a las autoridades de esta nación asiática, para retomar un diálogo que ayude a clarificar la presencia de la Iglesia en estas tierras, donde los discípulos del Señor Jesús viven y comparten los desafíos de un mundo nuevo.