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P. Jesús Tinajera s.x.

Alegría por una vida nueva

El ángel dijo a los pastores: “…yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor” (Lc 2,10-11).

Hace apenas unos días que hemos celebrado la fiesta del nacimiento de Cristo. La alegría que nos trajo Jesús, perdura en muchos corazones del mundo entero. Celebrar la Navidad es celebrar a Dios que se hace humano para alegría de todos.

El misterio de la Navidad, se repite en el nacimiento de cada ser humano. El adulto, difícilmente es consciente del misterio de su propio nacimiento. Muchas veces, nuestro cumpleaños, lo vivimos con el sentido de celebrar, simplemente, la vida. Somos agradecidos con Dios de la existencia recibida y nos olvidamos que fuimos instrumentos de alegría para muchos cuando nacimos y que lo somos todavía, tal vez con mayor fuerza, en la edad adulta.

La noticia de un nacimiento es motivo de mucha alegría

El nacimiento de un nuevo niño alegra el corazón de los padres y se convierte en el centro y la alegría de toda la familia. Se alegran los abuelos, los hermanos, los tíos, incluso los vecinos y amigos de la familia y todos festejan el nacimiento. Esta alegría rebasa incluso los límites de la tierra para llegar al cielo. Los padres no comprenden totalmente la grandeza y el misterio del nacimiento de su hijo; ellos saben que es Dios que ha intervenido y sus oraciones, muchas veces, inefables, se elevan a Dios constantemente. Existe una dimensión trascendente en cada nacimiento humano que une el cielo con la tierra y llena de alegría a los dos mundos: el visible y el invisible. Dios da alegría al corazón humano desde que una vida es concebida en el vientre materno y Dios acompaña con alegrías continuas desde el nacimiento hasta la muerte.

Ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor

También con Jesús, con su nacimiento se alegran los cielos y la tierra… María y José, los padres de Jesús, son los primeros en alegrarse. De María, virgen e inmaculada, nace el Señor: Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, dice María en su Magníficat. María engendra en la pureza de su virginidad y da vida pura y celestial a Jesús: Dios-salvador. José, hombre casto y justo acoge el nacimiento de Cristo como Mesías-salvador y es en él en que se realiza, en primera instancia, la redención. Su vida de humildad, castidad y justicia son ejemplo de las condiciones, sin las cuales la salvación de la humanidad no podría realizarse. Si la vida de José, casto y justo, era ya motivo de gozo en su corazón, esta alegría se acrecienta en el misterio de su paternidad frente a Jesús, que es expresión máxima del cumplimiento de la voluntad de Dios de salvar al mundo.

Para reflexionar

¿Cuáles son las alegrías que doy a los demás por el hecho de haber recibido de Dios, la existencia?

¿Qué tanto se alegra mi corazón por el nacimiento de Cristo, como mi Salvador y mi Señor?