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Juan Juárez

La mejor sopa del mundo

Al terminar la guerra, David, un soldado que regresaba a su casa, entró en un pueblo pensando que allí alguno le podría dar algo de comer. Para su sorpresa, nadie del pueblo le ofreció un pedazo de pan. Cansado y triste se sentó en la plaza del pueblo y sacó de su morral una piedra que había recogido del camino.

Mientras la miraba, se acercó una señora y le preguntó qué era aquello, en ese momento a David se le ocurrió decirle, que cuando aquella piedra se metía en una olla y se ponían ciertos ingredientes se podía preparar la mejor sopa del mundo. Lo dijo de tal manera, que cuando le pidió una gran olla, agua y leña para preparar la sopa, aquella mujer fue inmediatamente a su casa para traer lo necesario.

Mientras hervía el agua, la gente comenzó a colocarse alrededor, pues la señora había avisado a sus vecinos que iba a preparar la mejor sopa del mundo. De vez en cuando David probaba la sopa, y decía: “Mmm, qué rica, pero estaría mejor si le pusiera zanahoria”. Al poco rato alguna persona llegaba con zanahorias. Así, de tanto en tanto a aquella famosa sopa le faltaban papas, carne, perejil… para ser la mejor.

En el momento en que David avisó que la sopa estaba lista, la plaza ya se había convertido en un gran comedor, pues todos los del pueblo habían ayudado, quien llevando alguna silla o mesa, quien llevando tortillas o alguna bebida para compartir. Al final aquello se convirtió en una gran fiesta, todos estaban muy contentos de haber participado en hacer la mejor sopa del mundo.

El papa Francisco ha declarado el próximo mes de octubre, un mes extraordinario misionero para celebrar el primer centenario de la promulgación de la carta apostólica Maximum illud. Un acontecimiento así, nos recuerda que vivimos en una misma casa global, y aun si somos diferentes, todos compartimos un lugar común que debemos cuidar.

Mirando nuestra casa global, nos damos cuenta de las cosas que no van bien, y lo primero que hacemos es quejarnos y algunas veces hasta culpamos a los demás por lo que nos pasa.

Aunque parezca una contradicción, para que yo esté bien, es necesario pensar en el bien de los demás. Para que lo que no va bien cambie, es necesario poner de nuestra parte, pues cuando aunamos nuestro esfuerzo al de tantos otros, el cambio es posible. Ya lo decía el filósofo Homero: El trabajo es mucho más llevadero cuando muchos lo comparten.

Creo que una forma para prepararnos a celebrar este mes extraordinario misionero, sería preguntarnos si con mi forma de ser estoy ayudando a hacer realidad ya desde ahora, el sueño de Dios del que habla el libro del Apocalipsis de cómo se vivirá en la Jerusalén celestial: nadie estará triste, nadie tendrá que llorar, porque Dios habita en medio de su pueblo.

Prepararnos a vivir ya desde ahora octubre misionero, es ser conscientes que con nuestras acciones de todos los días podemos ayudar a mejorar nuestro mundo o que cada vez sea peor. Qué bueno sería que también nosotros como León Tolstói comprendiéramos que mi bienestar solo es posible cuando reconozco mi unidad con todas las personas del mundo, sin excepción. Y sentirnos alegres no por haber contribuido a hacer la mejor sopa del mundo, sino algo mucho más importante: un mundo mejor.