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P. Guillermo Jiménez s.x.

La gran misión

Para concluir nuestro recorrido bíblico de algunas de las vocaciones importantes dentro de la historia de la salvación, es bueno hacerlo con el pasaje final del Evangelio según san Mateo (28,16-20), que es el envío final, o podríamos llamarlo La gran misión.

Jesús tomó la iniciativa de convocar a sus discípulos en Galilea, después de su muerte y resurrección. En toda vocación, la iniciativa siempre es de Dios, y aquí tampoco es la excepción. Los discípulos responden al llamado marchando a Galilea, al monte que Jesús les había indicado (versículo 16). Vemos las características de toda vocación: Dios llama y el hombre responde.

El siguiente versículo 17 nos puede desconcertar: Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. ¿Será por las discusiones acerca de la divinidad de Jesús? ¿O, como dicen algunos exegetas, será porque a los judíos que querían seguir a Jesús les cerraban las puertas de las sinagogas a partir de los años ochenta? Lo cierto es que siempre, debido a las dificultades de la vida, tendremos nuestras dudas para seguir a Jesús totalmente, dudas que expresaron algunos de los que fueron llamados por Dios a lo largo de la historia (Abraham, Moisés…).

En el versículo 18 se nos presenta la autoridad que Jesús resucitado tiene: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. El pasivo es la manera como los judíos hablaban para evitar nombrar a Dios, así que se podría interpretar como “Dios Padre me ha dado todo poder…”.

Entonces vienen los dos últimos versículos del Evangelio, como un testamento que Jesús deja a sus discípulos antes de subir al cielo: Vayan y hagan discípulos de todas las gentes. Este es el mandato final, la gran misión que Jesús encomienda a sus discípulos del pasado, los actuales y los futuros: hacer de todas las gentes, de todos los pueblos, discípulos suyos. Y también dice el cómo realizarlo: Bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que Yo les he mandado. El cómo implica dos acciones conjuntas, no basta una, por lo cual encontramos el gerundio en estas acciones: bautizando y enseñando; no hay una precedencia entre las dos acciones para realizar la misión. Por ello la Iglesia insiste ante los papás y padrinos, durante el bautismo de los bebés, que deben de educarlos en la fe en la cual son bautizados. Mientras que, en el caso del bautismo de los adultos, se empieza con la enseñanza y práctica de vida de fe antes de la admisión a los sacramentos de la iniciación cristiana.

La última frase del Evangelio confirma, como en otras vocaciones, la asistencia de Jesús: Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. Lo cual confirma que la misión perdura en el tiempo, en la historia de la humanidad, y no solo durante la vida de aquellos discípulos.

¡Jesús está presente en los misioneros de ayer y de hoy!