Skip to main content
P. Juan Olvera Servín

Vocación misionera

La vocación es un llamado de Dios. La persona que responde ha de poseer las cualidades necesarias para ese estilo de vida. Como es sabido hay diversidad de vocaciones en la Iglesia entre las cuales encontramos la vocación apostólica.

Esta vocación tiene algunas características propias como: ser llamado, enviado, salir y predicar el Evangelio. Es decir, hacer el mismo camino de nuestro Señor y sus apóstoles, los cuales fueron llamados para estar con Él y ser enviados a una misión (Jn 10,36; 17,7-9; Hch 13,2). Entre Cristo y el que es llamado se establece una relación de amor que tiene como finalidad una vida dedicada a la construcción del Reino de Dios. El que es llamado requiere una preparación y que se verifique su idoneidad para este estilo de vida: vivir con Cristo y ser enviado a predicar el Evangelio desde la fe, la libertad y el desapego.

La vocación fundamental de todo miembro de la Iglesia se transforma en vocación especial a la misión. En su expresión más bella puede llegar a ser una consagración al anuncio del Evangelio a todos aquellos que no conocen a Jesucristo: Cada uno de nosotros debe estar, pues, íntimamente persuadido de que la vocación a la que hemos sido llamados no podía ser más noble y grande, porque nos hace semejantes a Cristo, autor y consumador de nuestra fe, y a los apóstoles, los cuales, después de abandonarlo todo, se entregaron sin reservas al seguimiento del Señor, y que hemos de considerar como nuestros mejores maestros. ¡El Señor no podía ser más bueno con nosotros! (V Carta Circular/Carta Testamento, Parma, 2 de julio de 1921, en Antología, pp. 150-151).

Esta consagración apostólica implica toda la vida del misionero en cuanto a la duración del tiempo. El apóstol ha de mantenerse fiel a su vocación a lo largo de su vida. Al mismo tiempo, toda la vida implica todo lo que el apóstol es. Consciente de sus límites, dona todas sus cualidades al anuncio del Evangelio a los que no conocen a Jesucristo.

En la Iglesia por nuestra vocación fundamental, todos participamos en el anuncio del Evangelio entre los no cristianos. Laicos, religiosos y presbíteros participamos en la construcción de su Reino. No obstante, hay quienes consagran su vida para que todos conozcan y amen a nuestro Señor entre los no cristianos: Cada uno tenga presente la gracia incomparable que le ha hecho el Señor llamándole a servirle más de cerca, mediante la profesión de los consejos evangélicos y el ejercicio de la vida apostólica, que, según la fe y el Evangelio, es lo más grande que pueda concebirse en la Iglesia de Dios (Regla Fundamental 26) Esta consagración misionera define nuestra identidad: todo lo que somos, cómo somos y lo que hacemos.

En nuestra región xaveriana de México hay muchas personas comprometidas con la misión de la Iglesia, pero sigue siendo un reto la respuesta generosa de nuestros jóvenes: Todos admiran el empuje con el que los jóvenes se dedican a las actividades a favor de las misiones. Yo soy testigo de ello. Pero, ¡cuánto queda por hacer para que la Palabra de Cristo, que desea reunir el mundo en una sola familia, se realice! Son millones y millones aquellos que aún no conocen a Cristo, que no gozan de su mensaje. Jesucristo podía repetir hoy cuanto decía a sus apóstoles: “Levanten la vista y contemplen los campos; ya están dorados para la siega. La mies es abundante y los obreros pocos; rueguen al dueño que mande obreros a su mies” (San Guido María Conforti).

Tú puedes responder al llamado que Cristo te hace.