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P. Carlos Abraham Zamora s.x.

Un inmenso viaje

Fue un viaje largo y lento en un tren de segunda clase con vagones atiborrados de personas. Durante esas largas horas, un joven había intercambiado el sueño con preguntas y plática con quien estaba a su lado. Su nombre era Han Sen y procedía de una pequeña comunidad en las montañas. Era su primer viaje a la ciudad y su mirada curiosa y vivaz dejaba ver la embriaguez de sorpresa e ilusión que traía consigo.

Era ya de noche cuando bajamos del tren y él se puso rápido a mi lado preguntándome si viajaría ahora en el metro, dónde podía comprar el boleto y cómo saber la ruta. Era un chaval agradable, con buen humor y había querido compartir sus sencillos alimentos que su madre le había preparado para el viaje, venía a la ciudad con permiso de trabajo, quería ganar un poco de dinero para continuar sus estudios, soñaba con la modernidad y el progreso.

La imagen podría ser muy familiar en muchos rincones del mundo, hombres y mujeres jóvenes que dejan sus familias para ir en busca de nuevas alternativas, ligeros de equipaje, con el alma en la mano, con ropas sencillas que cubren los más ilusionados y maravillosos planes. Muchos se verán pronto frente a un gran dilema, conservar sus metas a largo plazo a costa de privaciones y ciertos sacrificios o caer en el embrujo de un estilo de vida que parece ofrecer los deleites de un futurismo ya presente, como parte de una cadena de producción y consumo.

El caminar de algunos jóvenes de nuestras generaciones no parece tan lejano de aquello que Aldous Huxley, escritor inglés presentaba en su obra Un mundo feliz (Brave New World) en el año de 1932. El autor imagina un mundo futurista en el que sus habitantes no tendrían ningún defecto, un mundo en el que todos serían completamente felices, un mundo casi perfecto donde la tecnología, el placer y las drogas brindarían satisfacciones constantes a todos.

La novela se desarrolla en un futuro lejano creado a partir de la destrucción del mundo y el orden actual, quienes gobiernan la tierra aprovechan esa destrucción para crear un mundo nuevo donde no existe la desdicha, solo la felicidad. Las personas están como programadas y viven con la emoción de vivir en una paz y estabilidad social. No hay quejas, ya que estas podrían llevar a perder lo que se tiene.

Sin embargo, la realidad de muchos jóvenes está muy lejos de conformarse con aquello que se presenta como ya establecido y marcado, millones de jóvenes están viajando no solo en trenes, su misma vida parece estar representada como un inmenso viaje, como una profunda transformación donde invierten sus bienes, sus valores, su propia identidad. Muchos huyen de una carestía a la que parecen ya estar predestinados y no quieren medir el costo que tengan que pagar con tal de experimentar los frutos de lo nuevo, lo placentero. Otros invierten años y muchos recursos en carreras universitarias y profesionales, que no necesariamente representan ingresos que puedan asegurarles una vida estable. Esta es nuestra juventud viajando entre la amenaza de vivir en una eterna carestía, las ilusiones de vivir en un mundo feliz y la búsqueda de ganar algo más con el riesgo de perder lo poco que tengo.