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P. Guillermo Jiménez s.x.

Vocación en los Hechos de los Apóstoles

El libro de los Hechos de los Apóstoles está ambientado en los años posteriores a la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo; encontramos una vocación, inmediatamente después de describirnos la comunidad de los discípulos, se nombra a los Once, algunas mujeres y a María, la madre de Jesús, y a sus hermanos (Hch 1,13-14); una comunidad que perseveraba en la oración, con un mismo espíritu.

Ahí surge la iniciativa de Pedro, guiado por la Sagrada Escritura, de elegir a uno que ocupe el lugar de Judas para completar el número de los Doce, constituyéndose testigo de la resurrección de Jesús junto con los Once. La condición es que haya sido de los que estuvieron con los Once cuando convivieron con el Señor Jesús. Para manifestar que es Dios quien elige, la comunidad presentó a dos candidatos, oraron todos y echaron a suerte para que sea añadido al grupo (cfr. Hch 1,21-26). Era una técnica de la cultura judía para sentir que es Dios el que decide.

Otra vocación muy interesante, según el libro de los Hechos de los Apóstoles, es la de Saulo/Pablo de Tarso, que nos es presentada desde el momento de su conversión, cuando Dios envía (llama) a Ananías para que vaya a bautizarlo. Ananías, pensando a la manera humana, pone una objeción delante de Dios, para ver si Dios cambia de opinión, cosa que no sucede, sino que Dios manifiesta que conoce el pasado de Saulo y que sin embargo lo escogió, por eso dice: Vete, pues este me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel (Hch 9,15). Visto lo anterior, a Ananías no le queda más que obedecer y ejecuta la orden de bautizarlo.

Hasta aquí vemos que la vocación es una decisión divina; pero también podemos ver que una persona, o una comunidad, hacen posible que el llamado llegue a la persona que Dios ha elegido, como ocurrió en el caso de Matías, donde interviene Pedro, inspirado en la Palabra de Dios, y la comunidad que ora buscando que sea Dios quien manifieste su elección. Esto mismo sucede en el caso de Pablo, ya que en esta misma obra vemos la intervención de Bernabé, enviado por la comunidad de Jerusalén para constatar lo que estaba pasando en Antioquía; después de lo cual partió para Tarso en busca de Saulo, y en cuanto lo encontró, lo llevó a Antioquía (Hch 11,25-26).

Por iniciativa de Bernabé, Saulo se integra a la comunidad de Antioquía; es aquí donde Dios llama, mientras la comunidad celebraba el culto del Señor y ayunaba: Dijo el Espíritu Santo: “Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado”. Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron (Hch 13,2-3).

La vocación en Hechos viene de Dios, pero la parte visible toca a la comunidad, la cual ora por la persona llamada, le impone las manos y la envía.

Al final del Evangelio de Lucas, y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, Jesús dice a sus discípulos: permanezcan en la ciudad; recibirán el Espíritu y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra. El testimonio tiene un carácter público. En un juicio, la persona que da testimonio se auto implica en la verdad y fiabilidad de lo que dice.

Ante todo, Jesús da testimonio de Dios a través de su libertad, de su valentía para denunciar la hipocresía y la injusticia; y sobre todo a través de su misericordia, da testimonio de una profunda experiencia del Dios cercano, del Dios Padre, del Dios Amor.