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P. Carlos Abraham Zamora s.x.

¿Tú, qué ofrecerías?

Era una mañana calurosa, el papá de Dani secaba las gotas de sudor que brotaban de la frente de su hijo, un adolescente de catorce años que por primera vez había presentado una composición escrita. El esfuerzo no había sido pequeño, ya que Dani utilizaba solamente el pulgar de su pie izquierdo para teclear una a una las palabras. Este escrito plasmaba su visión de vida y por eso, profundamente emocionado espera que la maestra revisara su trabajo, el cual tenía como tema una pregunta común en nuestra vida: ¿si la vida te concediera tres deseos, tú qué le pedirías?

Las respuestas de sus compañeros eran muy variadas y cargadas de ilusión. Ellos pedían riqueza, casas, coches, viajar por el mundo, ser un magnífico deportista o una cantante exitosa. Por fin, la maestra llegó frente a él y se sorprendió de sus repuestas: Primero, que no haya niños enfermos; segundo, que no haya niños sin ir a la escuela; y tercero, que no haya niños sin amigos. Ante esa parte de su escrito, la maestra manifestó su gran sorpresa por la orientación de esos deseos: Creo que no has entendido, Dani. Si solo tienes tres deseos, ¿por qué no pides poder caminar sin usar tu silla de ruedas?, o ¿poder usar tus manos para escribir, comer, lavarte? ¿No podrías pedir que se “arreglaran” tus “incapacidades”?

Una sonrisa transparente y radiante cubrió el rostro del muchacho rebosante siempre de optimismo y pasión. Con una voz serena y calmada respondió a su maestra: Usted me dijo que respondiéramos pensando en tres deseos. Yo no podría entonces pensar solo en mi persona, ¡no tendría sentido! Mis dificultades son varias, lo sé. Sin embargo, también me he dado cuenta que no soy el único que las tiene. No puedo pasarme la vida sintiendo lástima por mí o pretender que todo gire por mí. ¡Qué triste y desabrida sería una vida que solo se centrara en mis propios gustos o necesidades! Si fuera así, tendría no solo mis manos paralizadas, sino también mi corazón lo estaría. Pero mi corazón está vivo, late y se estremece con las alegrías y el llanto de los niños y los muchachos de este mundo.

La maestra entonces leyó para toda la clase la original composición, escrita por un espíritu libre encerrado en un cuerpo de limitada movilidad y autonomía. La lectura fue interrumpida por un fuerte aplauso y muestras de aprecio y admiración ante la bella y generosa inspiración. Sin embargo, la maestra pidió guardar silencio, pues aún no había terminado, ya que los deseos estaban acompañados de un ofrecimiento: Si para que estos deseos se hicieran realidad, yo tuviera que ofrecer mi propia vida, con gusto lo haría.

Un silencio llenó el aula, fue como una inesperada ola que arrastró a todo el grupo a la profundidad de una pregunta desafiante. Todos tenemos deseos que quisiéramos pedir a la vida, pero ¿qué es lo que estamos dispuestos a dar para alcanzarlos?