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P. Andrés Facchetti s.x.

Entre pasos adelante y pasos atrás

Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan (Mt. 11, 12). Son palabras de Jesús. En estos últimos meses cargados de intensa vida, esas palabras viven a menudo en mi cabeza y en mi corazón.

Para poder hablar del Reino de los Cielos, un día dije en una comunidad: el Reino del Cielo son las cosas que Dios quiere aquí en la tierra. Apenas había terminado de hablar de la injusticia que asesina, de la prepotencia de los poderosos que daña a los pobres; hablaba de la realidad que vive esa comunidad, del robo de sus bosques que los obliga a abandonar su tierra por causa de la deforestación que conlleva la sequedad. La gente entendió inmediatamente que es el Reino de los Cielos. Creo que Dios me habrá perdonado si fui un poco reductivo y simplista. Lo hice con buena fe. Lo hice también porque nuestra gente es como la gente que escuchaba a Jesús: quedaba encantada, maravillada de las parábolas del Evangelio y de las palabras sencillas impregnadas de hechos cotidianos sin perderse en discursos abstractos y en una fe esclerotizada llena de normas.

Pero reflexionando bien, creo que sea propiamente así: el Reino de los Cielos son las cosas que Dios quiere no allá en el Cielo sino aquí en la tierra. Entiendo tierra no solo en su significado inmediato, también en lo vasta que es la palabra que abarca nuestra humanidad. El Reino de los Cielos entonces es que las cosas vayan como Dios quiere aquí, las relaciones entre los seres humanos, las relaciones entre pueblos, las dinámicas que instauramos con el planeta.

Dios no quiere que el Reino de los Cielos sufra violencias: Dios no quiere que los violentos se apoderen de la tierra, de la humanidad, del planeta. Este es el objetivo a donde tenemos que llegar. Cada uno de nosotros tiene en sus manos el destino de la humanidad y es responsable del sentido de sus pasos que da y de la dirección en la cual va el mundo. Aunque a veces sea frustrante constatar la distancia abismal entre donde estamos y donde algún día llegaremos. De otra forma me consuela, me da fuerza y ánimo, saber que se camina y se lucha juntos.

Y aquel destino, objetivo, Dios lo tiene preparado, solo espera nuestros pasos, uno adelante y uno atrás, en la certeza que un paso adelante y uno hacia atrás, hacen de cualquier modo dos pasos adelante.