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P Alberto Morales Reyes sx

Xantolo: la esperanza de la vida eterna

Nos dice san Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” (Flp 1,21). En todas las culturas del mundo se tienen ideas sobre la muerte, pero pocas se aceran a lo que nos revela la Biblia. Se habla de la reencarnación, de la vida en la naturaleza o simplemente se niega que haya vida después de la muerte.

En México, más que un simple folclore, celebramos una fiesta a los difuntos. En ella hay dos grandes enseñanzas que nuestros antepasados nos legaron. Lo primero es que los muertos viven en un lugar llamado Xochicalco, que significa: El Lugar de la Casa de las Flores, en español simplemente diríamos: En el Paraíso. Nuestros antepasados se imaginaban un lugar bello donde abundan las flores, recordando que la flor es símbolo de la belleza divina. Si bien la idea del infierno no existía para ellos, había un lugar llamado Mictlan: El lugar de la Muerte, no es un lugar de tormento, sino un lugar donde no hay vida, ahí iban los que en este mundo vivieron sin esperanza en el más allá.

La segunda enseñanza es el respeto que debemos de tener hacia los difuntos, por eso es importante recordarlos, por ello se les hace fiesta, porque ya han conocido aquel lugar que nosotros aún soñamos.

Esto significa que nuestros antepasados se resistían a creer que la muerte era el fin del ser humano. Pero es hasta la llegada de la evangelización que este concepto de la vida después de la muerte se completa, se esclarece con la idea de la resurrección de Cristo que nos asegura que sí hay vida después de la muerte y que ese Xochicalco es la Casa de Dios, que venimos de Dios y a él volvemos.

Podemos decir que la fiesta en honor a los difuntos es en realidad una fiesta de la vida y para los vivos, tanto los que estamos en este mundo como para los que ya han sido llamados a la casa del Padre.

Aunque la muerte de un ser querido nos duele, debemos guardar la esperanza de que algún día nos volveremos a encontrar para nunca más volvernos a separar. Vivamos pues con esa esperanza, pues como nos dice san Pablo: “si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor” (Rom 14, 8).

Que Dios nos conceda la gracia de vivir con esperanza para poder alcanzar la vida eterna.