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P. Rafael Piras

Nadie puede Salvarse solo

Estamos intentado salir de una pandemia. Acontecimientos internacionales nos están cuestionando cada día. Guerras en distintas partes del mundo (nos baste pensar en Ucrania), hambrunas, terremotos (Turquía y Siria). Todo esto podría llevarnos a encerrarnos en nosotros mismos. Tengo mis broncas, ¿por qué pensar en las broncas de los demás? Podría ser la respuesta a los problemas de nuestra sociedad, con una visión egoísta, que parece ser la característica de la sociedad de hoy. Un concepto de soberanía anticuado que me impide, casi exige, mirar hacia el horizonte de una humanidad nueva, globalizada. Mis problemas son los problemas de la humanidad; los problemas de la humanidad son mis problemas. No hay vuelta de hoja.

El COVID-19, nos ha enseñado que solos no podemos resolver nuestros problemas, ni los problemas de los demás. Los acontecimientos que hemos vivido, y estamos viviendo, nos invitan a tener pies y corazón bien plantados en la tierra. Estar abiertos a la esperanza, buscando cada día el bien, la justicia, la verdad. Esto es mirar a mi realidad con visión universalista.

El COVID-19 ha provocado un malestar generalizado; malestar que ha calado hondamente en los corazones de muchas personas y nos ha cuestionado, haciéndonos llegar a la conclusión: solo no puedo. Y todo esto nos llevó a aprender, a crecer y dejarnos transformar. Una transformación que no atañe solo a mi persona, sino que tiene que llevarme a la transformación de cuantos viven a mi alrededor. No soy una isla; soy algo más que un continente.

En la sociedad mundial se nota que esta experiencia –personal y comunitaria- ha surgido –como dice papa Francisco- “una conciencia más fuerte que invita a todos, pueblos y naciones, a volver a poner la palabra “juntos” al “centro” de la actual actividad humana.

Todo esto tiene que significar una sola cosa: dejarnos cambiar por dentro, dejarnos cambiar el corazón. Hemos vivido “juntos” una emergencia, “juntos” tenemos que enfrentar las consecuencias del tiempo de la incertidumbre. Tenemos que pasar del “yo” egoísta al “nosotros” iluminante del bien común.

Es evidente que entre el yo y el nosotros habrá que poner al centro a Dios; permitirle que sea él quien nos transforme. Entonces sí será posible que se pase del yo al “nosotros”, abierto a la fraternidad universal. Nos exigirá, naturalmente, cercanía a las personas que nos necesitan. El otro, los demás, son un pedazo de nosotros mismos. Entonces sí podemos concluir que la solidaridad es la verdadera respuesta a las dificultades y a los dolores de nuestro tiempo. Entonces cada uno podrá gozar de esta fraternidad universal, porque todos nos encontramos en el único Dios, Padre de todos los seres humanos y no humanos. Nadie puede salvarse solo.