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P. Guillermo Jiménez s.x.

Aprendiendo a caminar juntos

Seguimos captando algunas acciones que el libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra, aprendiendo lo que significa caminar juntos, vivir en sinodalidad.

La persecución desatada después del martirio de Esteban (Hch 7) produjo una dispersión fuera de Judea, así encontramos a Felipe predicando en Samaria y convenciendo a varias personas a creer en Jesucristo (Hch 8,12). Es la acción de una persona, pero complementada por la comunidad de Jerusalén, ya que al enterarse de que los samaritanos habían abrazado la fe, enviaron a Pedro y a Juan (Hch 8,14): «Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo… Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo» (Hch 8,15.17). Aquí se enlaza la historia de Simón el mago, quien ofrece dinero a los apóstoles para obtener el poder de conferir el Espíritu Santo: los intereses personales van en contra de la sinodalidad y por eso le recriminan su intención de comprar un bien espiritual que está al servicio de la comunidad.

Después de narrar las acciones de Pedro visitando comunidades y, sobre todo, el bautismo de Cornelio y su familia (Hch 10), el autor pone de relieve que la comunidad de Jerusalén pide cuentas a Pedro por haber entrado en la casa de un romano y bautizarlo (Hch 11). Pedro explica cómo Dios le mostró que no debe de llamar impuro lo que Él ha purificado, y que el Espíritu Santo descendió sobre ellos, por lo cual los bautizó. Este capítulo nos muestra que en la sinodalidad el responsable debe de referir a la comunidad los porqués de sus acciones, no actuar por su propia cuenta.

El mismo capítulo 11 de los Hechos de los Apóstoles nos refiere el nacimiento de la comunidad de Antioquía, su expansión admitiendo a no-judíos – como siguiendo el ejemplo de Pedro – y su solidaridad con la comunidad de Jerusalén al enviarles ayuda para los pobres. Esto último estará presente en la misión de Pablo, recolectando esa ayuda en las diferentes comunidades que fundaba. Es signo de un camino juntos, no solo con los cercanos, sino también con los más lejanos, lo cual lleva a la preocupación por predicar el Evangelio de Dios a quienes no lo han escuchado, surgiendo como una iniciativa divina que es aceptada por la comunidad que envía misioneros para dicha obra.

Reflejo de lo anterior son los primeros versículos del capítulo 13: «Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: «Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado». Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron» (Hch 13,2-3).

En la sinodalidad, la comunidad interpreta el plan de Dios y pone a disposición los miembros para dicha labor. Además, los enviados vuelven a la comunidad para dar cuentas del cumplimiento de la misión: «A su llegada reunieron a la Iglesia y se pusieron a contar todo cuanto Dios había hecho juntamente con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe» (Hech 14,27).