Skip to main content
Arq. Felipe Rico

Casa de la Iglesia

Evitamos construir templos y estatuas pues no son necesarios, ya que los verdaderos altares agradables a Dios, son las almas de los justos que como incienso se elevan hasta su presencia. La más sublime imagen que supera a cualquier estatua pagana, es la de nuestro Señor Jesucristo que es imagen del Dios vivo. Y el cristiano no construye templos inanimados y muertos como los paganos, que son incapaces de contener al autor de la vida, nuestros cuerpos son el verdadero templo donde habita el Dios vivo (Orígenes, 185-253).

En esta sección de la revista, trataremos de hacer un breve recorrido histórico sobre las diferentes manifestaciones que ha tenido la fe cristiana a través del arte, y de cómo ha ayudado a muchos creyentes a tener un mayor encuentro con Dios. Ha sido un camino largo, en el que encontramos las mayores expresiones artísticas de la humanidad. Con justa razón, el papa Juan Pablo II exhortó a los artistas a que continuaran caminando junto con la Iglesia para buscar nuevas expresiones evangelizadoras.

Los primeros cristianos, llamados seguidores del camino, no sintieron la necesidad de construir templos ni altares para realizar un culto específicamente cristiano. Cualquier lugar: un establo, un barco o mazmorra, era más que suficiente. Lo esencial era la ofrenda que se ofrecía al Padre por manos del sacerdote, una mesa y un lugar para congregar a la comunidad bastaban para realizar la acción litúrgica.

Las celebraciones no necesitaban de templos (templum), un nombre que era rechazado por los gentiles conversos, quienes relacionaban este término con el culto a los dioses paganos. Para ello utilizaron la palabra domus ecclesia (casa de la asamblea o casa de la Iglesia), que con el tiempo fue adquiriendo una fisonomía propia destinada para la celebración eucarística, sacramentos y catequesis. El hecho de que no contaran con templos, fue motivo para ser catalogados de irreligiosos.  

En cuanto al arte sacro como representación de la fe a través de imágenes visibles, los primeros cristianos sintieron un jaloneo que, por un lado, los llevaba a seguir con la tradición judía en la que se establecía la prohibición de imágenes (Lv 26,1: No hagan ídolos, ni pongan imágenes o estelas, ni coloquen en su tierra piedras grabadas para postrarse ante ellas…); y por otro lado, los nuevos conversos de tradición helénica, sensibles al arte, veían en las representaciones plásticas una gran posibilidad para expandir con mayor éxito el cristianismo. Este conflicto se extendió durante los primeros siglos. Grandes teólogos como Taciano, Irineo, Tertuliano, Clemente de Alejandría, se negaban rotundamente a emplear ideas y técnicas provenientes del paganismo para representar a un Dios invisible.                                                                    

Sin embargo, la realidad nos dice que no es posible prohibir la capacidad expresiva y artística del ser humano, pues forma parte de su naturaleza; tal ha sido el impulso de los artistas cristianos que tímidamente comenzaron a realizar representaciones decorativas y simbólicas para narrar temas sobre la salvación. Dichas expresiones las encontramos en las catacumbas; todo ello pese a las prohibiciones que mencionamos.

En el siguiente artículo, veremos cómo fue posible la conciliación de ambas posturas; para ello fue necesario un consenso, puesto que la fe y el arte son inseparables.