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P. Alfiero Ceresoli s.x.

El recuerdo de la fe

Han pasado diez años desde aquella mañana del 2011. En la plaza de San Pedro en el Vaticano, el papa Benedicto XVI declaró solemnemente a toda la Iglesia, la santidad de Guido María Conforti, fundador de la Familia Xaveriana, obispo y colaborador en la fundación de la Unión Misional del Clero. Se amontonan los recuerdos también de la beatificación, durante la cual he podido hablar con san Juan Pablo II y responder a su pregunta: «Comboni, combonianos; Conforti, ¿Por qué xaverianos?».  He podido hablarle de san Francisco Xavier y de China. «¡Ha! China, bien, bien» y me bendice.

La canonización. Subimos la escalinata de la plaza de san Pedro, yo con el relicario que contenía la reliquia, la mamá con las velas encendidas, y Thiago el niño que había sido curado gracias a la intercesión de san Guido con un ramo de flores. Thiago decía preocupado: «Se me ha caído una flor…», Nilda la mamá de Thiago oraba….

Los recuerdos nunca terminarían, pero mi compromiso más significativo fue acompañar los dos procesos sobre los milagros: Para la beatificación, en Burundi, la repentina sanación de Sabina, una adolescente con un tumor en el páncreas en la última etapa. Para la canonización la sanación del recién nacido Tiago perteneciente a la comunidad de la parroquia de san Ramón Nonato, en Santa Lucia (Minas Gerais, Brasil).

Sobre todos los recuerdos, sobresale el recuerdo de la fe. Si, la fe de la comunidad, la fe de las personas en general. Los milagros, o como dicen los médicos, los hechos que no tienen una explicación científica, ocurren, pero la verdad proclamada por Jesucristo continúa después de cada milagro: «Ve tu fe te ha salvado». La fe de la hermana xaveriana Tomasina que ponía la imagen de Conforti bajo la almohada de Sabina y le decía: «La inyección para calmar un poco el dolor, la imagen del Obispo que te curará».

La fe de la comunidad en continua oración y de los papás que, cuando todo parecía perdido, descubren la cuna de la UTIP (Unidad de Terapia Intensiva Pediátrica) y rocían con agua al niño para bautizarlo mientras continúan orando al beato Guido.

Al recordar la santidad de Guido hacemos su oración en el lecho de muerte: «Si, la fe, la fe de los apóstoles, la fe de la Iglesia… Señor, salva a mi clero y a mi pueblo del error y de la incredulidad».

Y con san Guido repetimos: «Fe, el más precioso de los tesoros, Fe, madre fecunda de felicidad».