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P. Carlos Abraham Zamora s.x.

Para enseñar, primero aprender

Como varios de mis compañeros en la familia xaveriana, hemos llegado al seminario menor, con sueños de vivir la misión contagiados por los cantos y momentos de oración, por el ambiente de amistad y compañerismo; en fin, por encontrar un lugar en el cual discernir el llamado.

No todo era miel sobre hojuelas, los desafíos y adversidades brotaban cada día, aprendices en la vida de fraternidad, podíamos llegar a lastimarnos u ofendernos. No era sencillo modificar hábitos o comportamientos, cultivar virtudes, asimilar ideas y medidas de disciplina. Gratamente, a un cierto momento del proceso, comenzar las actividades de apostolado. Las tardes del sábado en los centros de catequesis, cuando iniciábamos a dar los primeros temas, los niños se convertían en maestros, con sus preguntas y sus innumerables ¿Por qué? Y hay estamos, aprendiendo que el catequista mismo entra en un interminable ciclo de aprendizaje.

En el fondo del corazón se podrá escuchar la voz dulce de Jesús, sonriendo llamando por nombre, pero después, al iniciar a navegar con Él hacía otros mares, la necesidad de seguir aprendiendo llega como una ola tras otra, inundando la barca, y debes ponerte a estudiar, mientras el maestro parece dormir en la popa, quitado de la pena de que a mí, un profesor me pueda reprobar o que yo deba repetir cientos de veces una oración en otro idioma y corra el riesgo de escribirla mal y de pronunciarla aún peor.

¿Quieres ser misionero? Me preguntaron una mañana al mediodía, y sembraron una inquietud que después de muchos años intento seguir respondiendo. Pensé siempre en los largos años de estudio, pero me di cuenta de que esos no terminan. La vocación misionera llama a tener una humildad tal de gustar ese alimento tan nutritivo a la mente que es el estudio. San Guido escribía a sus misioneros: “El tiempo que les quede libre de las ocupaciones del ministerio, ocúpenlo todo en el estudio de las ciencias sagradas y en la lectura de libros útiles y desde el inicio pongan cuidado especialísimo en aprender la lengua del país”. Las cosas claras, para nuestro Fundador, el misionero es un discípulo que “descansa haciendo adobes”, adobes de lectura y aprendizaje.

Ante la desafiante y compleja tarea de la misión, el Señor no nos deja solos, desde la entrada al seminario menor, pasando por los estudios de la filosofía y la teología y muchos otros momentos de capacitación para integrarnos al “Audaz Proyecto de la Misión”, no han faltado maestros, compañeros, amigos y formadores apasionados por el conocimiento y la investigación.

La formación xaveriana en México ha estado acompañada de muchos laicos y maestros en el Instituto Cultural de Occidente (Mazatlán), Centro Unión (San Juan del Río) y Cultural Alteño (Arandas), son tantas las personas que nos han ayudado a sentir el gusto por el estudio y a superar nuestras limitaciones. Ese mismo apoyo lo hemos encontrado en la misión, en instituciones de enseñanza y hasta en niños que simplemente se toman el tiempo y la paciencia de ayudarte a aprender. A ellos nuestro agradecimiento.

Si Él te llama, no temas. si quieres aprender, Jesús te pondrá frente a ti el maestro.