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P. Carlos Abraham Zamora s.x.

Camino de aprendizaje en la misión

A través de un viaje por algunos pueblos del estado de Michoacán, siendo un adolescente, tuve la oportunidad de tener una rápida y breve percepción del esfuerzo que los primeros evangelizadores realizaron para adoptar elementos de la cultura purépecha al servicio de la evangelización. El anuncio de la buena nueva quedó plasmada no solo en doctrinas y conceptos, sino también en nuevas formas de organización de las comunidades, de producción de artesanías, de nuevos cultivos, de expresiones educativas y culturales que unirían una diversidad de pueblos.

El arte de instrumento de encuentro, no de dominación

A lo largo de los años de mi formación misionera, he aprendido cómo en nuestros pueblos, el arte y la religión han experimentado una cercanía muy significativa, donde el arte ha servido como instrumento que promueve y facilita el encuentro con la fe. Las imágenes y la ornamentación religiosa tratan de compartir un mensaje, utilizando signos y símbolos que ayudan a la profundización y mejor comprensión de aquello que muchas veces las palabras no alcanzaban a describir.

Para algunos críticos, el arte puede ser utilizado por el misionero como un arma para la imposición de una dominación social. Sin embargo, para muchos evangelizadores, el acercamiento a una nueva cultura y sus manifestaciones artísticas y tradiciones, han ofrecido inigualables oportunidades de aprendizaje, medios para el diálogo, y por consiguiente, apreciar mejor a un pueblo y sus entretejidos sociales y religiosos.

Con razón, Guido María Conforti quería en sus misioneros una capacidad de respeto y valoración de los pueblos a los cuales eran enviados, con una capacidad de apreciar el arte y las costumbres tradicionales donde se encuentren, es por ello, que incluso llegó a promover, a pocos años de la fundación de la familia xaveriana, la creación del Museo Chino de Parma.

La razón de un museo

Después de ciento veinte años de su apertura, el Museo Chino de Parma, expresa el empeño de la familia xaveriana por valorar las grandes tradiciones religiosas y culturales, el cuidado de la madre tierra y la educación a la universalidad.

Así, el museo, aunque pequeño, representa un pasaje por objetos y documentos de un singular valor artístico, fruto de un proceso largo y difícil. Durante casi cincuenta años, los xaverianos trabajaron solo en la China. Es precisamente a los misioneros presentes en aquellas tierras a quienes san Guido les pide hacer lo posible para enviar a Parma, periódicamente objetos significativos del arte y las costumbres locales.

Desde los años sesenta, el museo también ha recibido material etnográfico de otros países de Asia, África y América Latina, de tal modo que el museo se ha ido enriqueciendo con objetos de tres continentes (https://museocineseparma.org/it).

Ciertamente, la misión no es solo ir de paseo por bellos museos o ser coleccionistas de objetos preciosos, se trata de una actitud, una propuesta de apertura y diálogo con los demás, sin la pretensión de ser portadores de una civilización superior, un grado de tecnología o conocimientos más avanzados. La misión es el anuncio de la fe en Cristo y esta, como diría Juan Pablo II: Da a las culturas una dimensión nueva, la de la esperanza en el reino de Dios. Los cristianos tienen la vocación de inscribir en el corazón de las culturas esta esperanza de una tierra nueva y unos cielos nuevos [...] El Evangelio, lejos de poner en peligro o de empobrecer las culturas, les da un suplemento de alegría y de belleza, de libertad y de sentido, de verdad y de bondad.