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P. José Luis Vega s.x.

La cruz cargada con amor

Cada año, la Iglesia mexicana celebra el 3 de mayo una fiesta bastante peculiar dentro de su liturgia: la exaltación de la Santa Cruz. Aunque la fiesta de la Santa Cruz en la Iglesia universal es festejada en el mes de septiembre, es hermoso que en varios países esta fiesta se celebre en el tiempo pascual, el tiempo más bello y más significativo de nuestros festejos cristianos.

Existe una antiquísima tradición del siglo IV de nuestra era que menciona a santa Helena, madre del gran emperador romano Constantino como iniciadora de la devoción a la Santa Cruz. Santa Helena, habiendo aceptado el gran mensaje de salvación del Evangelio en su vida y tras haber abrazado la fe cristiana, se hizo una promesa sumamente complicada y arriesgada para aquel entonces: dirigirse hacia Tierra Santa, concretamente, a la ciudad de Jerusalén en busca de la vera cruz, es decir, la verdadera vsobre la cual Cristo habría ofrendado su vida y derramado su sangre por la salvación de todo el mundo.

Santa Helena, con la ayuda de unos albañiles, el día 3 de mayo habría encontrado tres cruces similares en el sitio indicado por algunos pobladores del lugar, donde según la tradición se había llevado a cabo la crucifixión. Ante la incapacidad de identificar cuál de ellas podría ser la cruz en donde fue sacrificado Jesús, no sabían qué hacer. En ese momento, pasaba por ahí una comitiva que llevaba una mujer moribunda. Helena mandó que pusieran a la mujer delante de cada cruz encontrada, y cuando estuvo frente a la cruz de Cristo, la mujer fue librada milagrosamente de su enfermedad.

Este hecho marcaría profundamente la vida de Helena, quien más tarde persuadiría a su hijo Constantino para que cesaran las violentas persecuciones en contra de los cristianos en el imperio y más aún, promulgara la libertad de culto y promoviera al cristianismo en todo su territorio. Santa Helena impulsó la construcción de algunas de las basílicas emblemáticas como la del Santo Sepulcro y la Basílica de la Natividad. Es de esta forma como la Santa Cruz queda desde el comienzo íntimamente ligada a santa Helena y a los constructores.

Los hechos anteriormente narrados, nos presentan una tremenda enseñanza que cada cristiano debe aquilatar en su fe y en su corazón. La cruz, junto al aspecto de sufrimiento y sacrificio, encierra en sí la alegría, la paz, la sanación, la esperanza, la salvación, pues es signo del amor de Jesús por cada uno de nosotros, un amor que es capaz de dar la vida por sus amigos.

Celebrar la Santa Cruz es recordar el enorme precio que Dios quiso pagar por nuestra felicidad y que Cristo asume voluntariamente. Aceptar el enorme dolor del olvido y de la humillación total solo por amor a quienes, incluso se negaron a escucharlo o lo traicionaron. La cruz nos muestra que el perdón es posible incluso en las situaciones más terribles. La cruz nos muestra que cualquier ser humano independientemente del género, la condición social, sus orígenes o cualquier otra índole, ha sido creada y destinada para la felicidad y que vale la pena el sacrificio para llegar a dicha meta. La cruz cambió para siempre la lógica en la humanidad, inyectándole el aspecto del altruismo desinteresado tan solo para que la concordia, la paz y el bienestar común pueda llegar a cada ser humano en el mundo.

Las tradiciones que muestran la enorme alegría por recibir los frutos de la Santa Cruz dentro de nuestro país son muy variadas, llenas de arte, de folclor e iniciativa.

No podemos dejar de mencionar la celebración que hacen las personas que laboran en el área de la construcción. Muchos albañiles, en su día, colocan una cruz bendecida, adornada con flores en el lugar donde trabajan, sobre todo si todavía está en obra negra, para pedir a Dios que los proteja de cualquier accidente.

Otro ejemplo, es la parroquia en la zona indígena náhuatl del estado de Hidalgo en donde actualmente me encuentro desempeñando mi función misionera, que está bajo el patrocinio de la Santa Cruz. La celebración del 3 de mayo se pinta de gran colorido al reunirse la comunidad cristiana en el centro de la población y dirigirse todos juntos a los sones de la banda tradicional y de los tríos que caracterizan a esta región en procesión hacia el templo parroquial.

Se acercan cargando las cruces que han de ser depositadas en las tumbas de sus seres queridos, las ofrendas florales multicolores, así como las comidas y bebidas típicas de la región como tamales, zacahuil, frutas, atoles, entre otros, para ser bendecidos y posteriormente llevados al cementerio para ser compartidos entre todos.

Literalmente, el cementerio se convierte en un gran jardín de cruces que nos habla del desgaste y la entrega de cientos de personas de todo tipo y condición que a diario se sacrifican por nuestra felicidad. La alegría que ahí se refleja nos habla también de la eficacia de que, dicho sacrificio unido al de Cristo, ha tenido el efecto esperado: la cruz cargada con amor nos lleva siempre a la salvación.