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P. Guillermo Jiménez s.x.

Un peligro real

Ya vimos algo de lo que la Biblia nos presenta como el origen de las diferencias que existen entre las personas y, también, sobre los diferentes pueblos e idiomas existentes, podemos preguntarnos sobre la actitud que debemos tener frente a dichas diferencias: ¿rechazo, aceptación o integración? ¿Por qué?

En ocasiones se puede ver un rechazo a la integración con otros pueblos; es el caso que se puede observar en las recomendaciones que Abraham da a su siervo más anciano y mayordomo de su casa, al enviarlo a buscar mujer para su hijo entre la gente de sus orígenes, porque no quiere que tome una mujer cananea (cfr. Gn 24,2-9). Con esta narración, el autor nos dice que Dios avala la intención de Abraham, guiando la empresa para que todo salga bien, pero no nos explica la razón de no querer una mujer cananea para Isaac. Este texto contiene también la negativa de llevar a Isaac a la tierra de donde salió Abraham, si la mujer no quiere dejar su patria, pero Abraham expresa su confianza en que Dios hará que sí acepte hacerlo.

Entre las numerosas normas que conforman la Ley de Moisés, encontramos el mandato de no emparentar con los pueblos vecinos. Veamos lo que nos dice el libro del Deuteronomio sobre este punto: No emparentarás con ellas (las naciones que habitaban la tierra de Canaán), no darás tu hija a su hijo ni tomarás su hija para tu hijo. Porque tu hijo se apartaría de mi seguimiento, serviría otros dioses; y la ira de Yahvé se encendería contra ustedes y se apresuraría a destruirlos. Por el contrario, esto es lo que harán con ellos: demolerán sus altares, romperán sus estelas, cortarán sus cipos y prenderán fuego a sus ídolos (Dt 7,3-5).

Aquí tenemos una razón teológica del porqué no se debía contraer matrimonio con los demás pueblos, ya que se debe salvaguardar la fe en el único Dios, en el Dios personal del patriarca Abraham. Podríamos suponer lo mismo ante la negativa de Abraham de que su hijo regresara al lugar de sus orígenes, donde aceptaría los dioses de sus antepasados.

Hay algunos ejemplos bíblicos que nos hacen comprender que este peligro fue real y que hubo la desviación hacia otros dioses al emparentar con los pueblos cercanos. El libro de los Jueces lo presenta de una manera general en el capítulo 3: Y los israelitas habitaron en medio de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, jivitas y jebuseos; se casaron con sus hijas, dieron sus propias hijas a los hijos de aquellos y sirvieron a sus dioses. Los israelitas hicieron lo que desagradaba a Yahvé. Se olvidaron de Yahvé su Dios y sirvieron a los Baales y a las Aserás (Jc 3,5-7).

Un ejemplo concreto lo vemos en Salomón, según lo que nos dice el primer libro de los Reyes: En la ancianidad de Salomón, sus mujeres inclinaron su corazón tras otros dioses, y su corazón no fue por entero de Yahvé su Dios, como el corazón de David su padre (1R 11,4).