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P. Juan Juárez s.x.

Con la misma piedra

El llanto se extiende,

las lágrimas gotean allí en Tlatelolco

¿Adónde vamos?, ¡oh amigos!

Luego ¿fue verdad?

Ya abandonan la ciudad de México:

el humo se está levantando;

la niebla se está extendiendo…

Y todo esto pasó con nosotros.

Nosotros lo vimos,

nosotros lo admiramos.

Con esta lamentosa y triste suerte

nos vimos angustiados.

En los caminos yacen dardos rotos,

los cabellos están esparcidos.

Destechadas están las casas,

enrojecidos tienen sus muros…

Estos versos forman parte de la colección llamados Cantares mexicanos, título de una colección de poemas cantados originalmente en náhuatl, escritos después de la conquista de Tenochtitlán el 13 de agosto de 1521. Estas palabras expresan el dolor de un pueblo, que ha causa de la guerra han perdido todo, un hogar, una familia, a sus dioses…

Ante un hecho como este, podemos tener una visión demasiado simple de la realidad, considerando a los mexicas como los buenos y a los españoles como los malos. Pero estudiando la historia, las cosas no sucedieron realmente como a veces se cuenta. En la conquista de Tenochtitlán, no solo participaron Hernán Cortés y sus hombres, sino muchos pueblos originarios, cansados de soportar la manera como eran tratados, vieron en la alianza con los españoles, un camino para librarse del dominio mexica.

Un escritor antiguo consideraba a la historia como maestra de vida, pues la experiencia de los demás y nuestra propia experiencia, nos deberían ayudar a no repetir los mismos errores. Pero dice que dicho, el ser humano, es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y es verdad, viendo los efectos de las guerras a lo largo de la historia, y más que traer beneficios causan mucho sufrimiento a todos los que participan ella, no aprendemos que en la guerra no hay ganadores, sino la sangre es el precio de la victoria.

Delante del exterminio de tantas personas desaparecidas a causa de la guerra, no falta quien pregone que hace falta pedir perdón a las víctimas, como si de esta manera el sufrimiento vivido desapareciera. Yo creo que, si de verdad sentimos la perdida de esas vidas, más bien deberíamos reflexionar sobre qué valores vivimos cada día, no con razón se dice que las injusticias de hoy son las guerras del mañana.

Pues mientras haya quien piense en sí mismo, se aproveche de los demás, la codicia habite en su corazón, utilice la violencia o sea cómplice de la injusticia, la semilla de la guerra ahí está.  Y para que esta semilla no fructifique, exige el esfuerzo de cada uno, dejando a un lado la mentalidad, que, si así yo estoy bien, no me importa que sea a costa de que tú no estés bien.

Recordar acontecimientos como la caída de Tenochtitlán, nos deberían servir para no tropezar con la misma piedra, comenzando por estar en paz nosotros mismos, pues no se pueda dar lo que no se tiene, para convertirnos en instrumentos de paz, ya que la paz no es algo que deseas, sino algo que construyes.