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P. Marcos Garduño sx

Familia en oración, nos conduce a la misión

Hace ya algunos años que en México se dedica el primer domingo de marzo a celebrar el Día de la Familia, realizando algunas actividades de convivencia y concientización de su valor.

Este año, la pandemia nos ha obligado a permanecer más tiempo en casa, trayendo consecuencias negativas de descontrol en varios aspectos de la vida como la economía, el estado de ánimo, la relación con los demás, entre otros.

En este contexto, la arquidiócesis de México en coordinación con la pastoral familiar han decidido dedicar todo el mes de marzo a la familia, con diversas actividades, a sabiendas que todo ha de realizarse de manera virtual como la gran mayoría de las actividades que se hacen en estos tiempos en que estamos propensos a esta enfermedad, pero con la firme convicción de que nada nos puede detener para seguir adelante en nuestra tarea de anunciar los valores del Evangelio, puesto que la fe se fortalece dándola, y solo de esta manera podemos reforzar nuestra fe, animándonos unos a otros ante los críticos tiempos que enfrentamos.

La familia es el sector más importante de cualquier sociedad y en los últimos años lamentablemente ha sufrido grandes afecciones negativas, que provienen tanto del interno como de su entorno social, ataques de gente que promueve su devaluación o quienes incluso buscan disolverla, con el fin de hacer triunfar ideologías que atacan de raíz su identidad, o gente que ha usado inmoralmente a las personas como objetos para alcanzar sus fines monetarios perversos.

Esto ya lo ponía en evidencia el papa Francisco en su encíclica Amoris laetitia, hasta el momento pareciera mera teoría, pero, la situación en la que la pandemia nos ha sumido nos hace ver con mayor agudeza esta necesidad de ser y vivir como familia, no simplemente como instrumentos de trabajo, saber valorarnos más allá de lo que hacemos, y redescubrir lo que somos, especialmente frente a Dios y ante la sociedad.

La familia, en estos tiempos está llamada a redescubrir nuevamente sus valores, su misión. Basta de seguir promoviendo una mentalidad individualista, desinteresada del otro; el ser humano por naturaleza es interrelacional e interdependiente, todos necesitamos de todos, a pesar de las ilusiones que nuestra mente muchas veces nos crea, de imaginar que podemos ser totalmente autosuficientes e independientes. Ilusiones propias de una etapa adolescencial. Por el contrario, esta situación nos invita a reforzar nuestras diversas relaciones, equilibradamente, a decir: con nosotros mismos, con Dios, con los demás y finalmente, nuestra relación con el resto de la creación, puesto que somos parte de ella.

Especialmente, desearía que las familias al retomar conciencia de su misión tanto en la sociedad como en la vida religiosa, volvieran a descubrir importancia de ser formadoras, especialmente para constituir buenos ciudadanos y cristianos que tengan claro el sentido de su vida, lo cual no puede prescindir de esta necesidad de transmitir la fe, y por consecuencia el apoyo incondicional en el discernimiento vocacional. Porque es dentro de una familia de fe, donde nace y se sostiene la vocación a la que Dios quiere prepararnos.

Como decía nuestro fundador san Guido: A mi madre debo mi vocación misionera. Así, yo mismo como otros muchos misioneros, doy testimonio y agradezco a mi familia, porque estoy seguro que no solo le debo mi vocación, sino que, con sus acciones y oraciones, sostienen mi vocación misionera, y gracias a ellos estoy dispuesto a partir en cualquier momento, a cualquier lugar a anunciar la alegría del Evangelio.

Sigamos pidiendo al Señor que siga protegiendo nuestras familias, haciéndolas sensibles y creadoras de nuevas vocaciones misioneras.