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P. Guillermo Jiménez s.x.

La Biblia y los diferentes pueblos

En nuestro recorrido sobre las diferencias que existen entre los seres humanos, hemos constatado que aparecieron a raíz del pecado, dejándose llevar por ciertos sentimientos como la curiosidad y el deseo de ser más grande (ser como dioses), en el pecado de los orígenes, y los celos que produjeron el fratricidio, en el caso de Caín contra Abel.

El libro del Génesis continúa narrando el aumento del mal, que Dios quiso extirpar con el diluvio, salvando la familia de Noé a quien ordenó construir el arca, terminando con una alianza universal, un pacto con todo ser viviente en el que Dios se compromete a no volver a exterminar la vida. Inmediatamente después del diluvio, el Génesis nos habla de otras diferencias que aparecen en la humanidad a través de la lista de generaciones que derivaron de los hijos de Noé, en el capítulo 10.

La lista de generaciones es vista como lista de naciones aunque no clasifica a la humanidad por razas o por familias lingüísticas, sí hace mención de algo así, como por ejemplo el versículo 5 de dicho capítulo 10: A partir de estos se poblaron las islas de las gentes. Estos fueron los hijos de Jafet por sus territorios y lenguas, por sus linajes y naciones respectivas.

Podemos resaltar que el autor bíblico hace derivar todas las naciones de Noé, por lo cual no están en oposición, ya que tienen un tronco común, un mismo ancestro, por lo cual no se deben de ver como enemigos debido a las diferencias que existan.

Hay otros lugares en los que se resalta el buen trato que se debe de dar a los que no son del propio pueblo. Como ejemplo, veamos lo que encontramos en el libro del Deuteronomio: Yahveh su Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al forastero, a quien da pan y vestido. Amen al forastero porque forasteros fueron ustedes en el país de Egipto (Dt 10,17-19). Estas líneas nos hacen ver que Dios ama a todos, no hace acepción de personas y además ordena al pueblo que ame al forastero, recordando la época en que ellos mismos lo fueron. Jesús diría: Lo que quieran que les hagan los hombres, háganselo ustedes igualmente (Lc 6,31).

Es verdad que hay pasajes bíblicos que hablan de no entrar en casa de las personas que son de otro pueblo –en otra ocasión analizaremos eso–, pero también encontramos la aceptación de Dios para que se haga y terminamos con las palabras de Pedro en Hch 10,28: Y les dijo: “Ustedes saben que no le está permitido a un judío juntarse con un extranjero ni entrar en su casa; pero a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre”.