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P. David Peguero s.x.

Padre en la ternura

Estimados amigos lectores y lectoras, les saludo nuevamente. En la entrega anterior hemos hablado acerca de san José, padre amado. Ahora nos detendremos un momento sobre otra característica distintiva de la persona de José que el papa Francisco describe como ternura. ¿A qué se refiere?

Sería interesante conocer cuál es la idea de ternura que las personas tienen. Muy probablemente la asociarían a un bebé o niño pequeño siendo cuidado, a un anciano siendo asistido o inclusive a una mascota pequeña. En todos los casos se trata de un sentimiento de afecto y de una actitud de interés por otro, que es un tanto frágil y/o débil y que nos mueve a actuar en su favor, brindándole ayuda o asistencia de una manera desinteresada. Al actuar así las personas experimentan un sentimiento de bienestar por haber brindado ayuda a quien lo necesitaba en ese momento y por haber mostrado una mejor versión de sí mismas siendo más empáticas y serviciales.

Algo similar ocurre en la relación con Dios. San José, en su relación con Dios, también experimentó en su vida la cercanía y la ternura de Dios en los momentos especialmente difíciles de su vida, particularmente cuando se daba cuenta de su pequeñez y debilidad humana ante la grandeza de la misión que Dios le confiaba como padre de Jesús y esposo de María Santísima. Si bien es cierto que la misión que Dios nos ha confiado de edificar su reino de amor, justicia y paz supera con mucho nuestras fuerzas y capacidades humanas, también es cierto que nos da su gracia de manera abundante para que la podamos llevar a cabo. En esa cercanía y asistencia de Dios es donde experimentamos la asistencia divina. Y de ello nos da un bello testimonio san José.

En su carta apostólica Patris corde (que estamos comentando), el papa Francisco nos recuerda que ante la pequeñez y fragilidad humana debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con inmensa ternura (n. 2) así como lo hace el Padre. El maligno, sigue hablando el Papa, nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo. Y esto es decisivo en nuestra manera de vivir y relacionarnos con los demás y con Dios mismo. Si vemos las debilidades de los demás a la manera del maligno, entonces tendremos siempre razones para juzgarlos, tratarlos con dureza y pensar que Dios, lejos de ser el Padre misericordioso que nos reveló Jesús, es un juez implacable que espera nuestros fallos para darnos una sentencia implacable.

En cambio, si vivimos la fragilidad, sea la nuestra o la de los demás, con ternura, a la manera del Padre, entonces podremos establecer relaciones cordiales, llenas de aprecio, respeto y paciencia para con quienes nos rodean. Y en última instancia, se abrirá también para nosotros la experiencia de la reconciliación con Dios que, con paciencia y ternura, nos acoge y nos reconcilia consigo mismo en el sacramento de la reconciliación. Así, pues, estimados amigos, vivamos la ternura a la manera de Dios Padre y de san José, para construir relaciones interpersonales más significativas con quienes convivimos día a día. Hasta la próxima.