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P. Juan Juárez s.x.

Mensajera de los dioses

Cuenta una leyenda que los mexicas cuando llegaron al valle del Anáhuac pasaban hambre pues solo se alimentaban de raíces y de los animales que cazaban. Suplicaron a los dioses para que les ayudaran a conseguir unos granos dorados que se encontraban al otro lado de las grandes montañas y con los cuales habían escuchado decir que jamás volverían a pasar necesidad.

A su oración solo respondió Quetzalcóatl, el más sabio de los dioses, el cual desde el cielo había observado cómo una hormiga roja descendía de la montaña con un grano dorado sobre su espalda. El dios también decidió convertirse en hormiga negra para pedir a la hormiga roja que lo acompañara a traer la preciosa semilla para que los mexicas no murieran de hambre.

El camino no fue fácil y tuvieron que hacer grandes sacrificios, pero después de algunos días, el dios sabio, les entregó el preciado tesoro. Y cuando dio fruto se volvieron más fuertes y dieron inicio a la construcción de una gran ciudad. Y desde aquel momento comenzaron a venerar al generoso dios, que regaló el maíz a su pueblo.

Estamos acostumbrados a vivir en la sociedad del botón, basta con oprimir una tecla o dar un clic, y las cosas suceden como por arte de magia. Y más recientemente ya ni eso, basta decir a mi asistente personal que ponga mi canción favorita y la música suena.

Y quisiéramos que todo fuera así, decir: Alexa o Siri, consígueme un buen trabajo, dame una cuenta con muchísimo dinero, encuentra el amor de mi vida… pero la vida de todos los días no es así.

Cuando la Iglesia en el tiempo de cuaresma nos habla de palabras como mortificación, ayuno, cruz, nos debería recordar aquellas palabras de un filósofo: La vida no regala nada a los mortales sin un gran esfuerzo. Y es verdad, si nos ponemos a reflexionar lo que más valoramos, es aquello que más nos ha costado y que para lograrlo hemos tenido que sacrificar algo que incluso para nosotros era importante.

Cuaresma, es un tiempo más que para presumir lo que hacemos por Dios con nuestras mortificaciones, es más bien un tiempo para agradecerle por lo que ha hecho, pues no solo dio su vida por nosotros, sino quiso quedarse en el pan consagrado, para acompañarnos en los momentos difíciles de nuestra vida.

Y sobre todo aprender a ser humildes, que no es lo mismo que tener baja autoestima, pues la humildad me ayuda a reconocer mis errores, no sentirme autosuficiente, no culpar a los demás de mi situación, a descubrir la presencia de Dios en la vida ordinaria.

Tal vez también nosotros deberíamos transformarnos en hormigas, no quiere decir que nos convirtamos en insectos, sino porque han representado el esfuerzo y el trabajo en equipo a lo largo de los siglos, y en algunas culturas de África son consideradas como las mensajeras de los dioses.

Deberíamos ser como hormigas para que con el esfuerzo de cada uno podamos hacer un mundo mejor, trabajando unidos podemos cambiar aquello que parece imposible, ser también mensajeros de nuestro Dios para consolar a los que sufren y decirles que el mal no tiene la última palabra, conscientes que, si no se comienza hoy, nunca se termina mañana.