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P. Rubén Macías s.x.

Discípulos de Cristo misionero

En esta ocasión quisiéramos reflexionar sobre una realidad muy importante en la vida del misionero como es su formación que tiene una finalidad precisa: Hacernos discípulos de Cristo misionero, para ser enviados entre los no cristianos como apóstoles del Reino (C 53). San Guido quería que sus misioneros fueran hombres preparados, cultos, que dieran importancia a su formación. De hecho, en las Constituciones de 1921, le dedica toda la primera parte, que abarcan 53 números, e incluso en otras partes regresa sobre este tema (n. 217-223).

A la base está la aceptación humilde de esa realidad humana que nos hace seres en continua evolución, somos el fruto de nuestros procesos; nadie nace sabiéndolo todo y puesto que nuestra vocación es grande, a ella se llega haciendo camino. San Pablo lo expresa de manera magistral hablando a los Gálatas: Hijos míos, a quienes nuevamente doy a luz en el dolor, hasta que no se forme Cristo en ustedes (Gal 4,19). Nuestra vocación implica ese proceso de conformarnos a Cristo y esto se adquiere poco a poco, en un proceso arduo, largo, paciente y bien organizado de formación que nos lleva a adquirir los sentimientos, las actitudes, los comportamientos que son los de Cristo, en pocas palabras, para ser misioneros necesitamos ser discípulos de Cristo misionero.

Así lo expresaba el Vaticano II: Los que hayan de ser enviados como buenos ministros de Jesucristo, estén nutridos con las palabras de la fe y de la buena doctrina, que tomarán, ante todo, de la Sagrada Escritura, estudiando a fondo el misterio de Cristo, cuyos heraldos y testigos han de ser. Por lo cual todos los misioneros han de prepararse y formarse para que no se vean incapaces ante las exigencias de su labor evangelizadora (Ad Gentes 26).

Hoy en día reconocemos como necesario que los misioneros se dediquen a los estudios misionológicos, es decir, conocer la doctrina y las disposiciones de la Iglesia sobre la actividad misional, saber qué cambios han recorrido los mensajeros del Evangelio en el decurso de los siglos, la situación actual de las misiones y también los métodos considerados como más eficaces. Esta formación abarcaría tres aspectos fundamentales:

Teología Misionera: comprensión de la misión y la evangelización, sus motivaciones, contenido y finalidades.

Espiritualidad Misionera: comprensión de las actitudes interiores y exteriores del misionero, su vida espiritual, sus sentimientos y todo lo que hace a su comunión íntima con Cristo.

Metodología Misionera: es la parte metodológica y didáctica, con la cual se entrena a la persona para la misión y para la animación misionera.

Esta formación, ciertamente, se lleva a cabo en nuestras casas de formación para los que se preparan al ministerio sacerdotal y misionero, pero también podría ser útil para todo cristiano que quiere vivir su vocación misionera, es importante que entre en esta lógica de formación. Nadie da lo que no tiene, dice un proverbio popular, pues para todo cristiano la Iglesia pide y ofrece la posibilidad de formarse para la misión; en México y en el mundo las OMPE (Obras Misionales Pontificias Episcopales) ofrecen ese servicio, las mismas congregaciones misioneras y tantos otros medios que están a nuestra disposición.

Seamos buenos discípulos para poder ser mejores misioneros. Preguntémonos: ¿Qué tiempo dedico a mi formación personal para poder ser misionero? ¿Cómo me puedo preparar para responder a los retos de la misión hoy?