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P. José Luis Vega s.x.

Una realidad de vida en nuestra existencia

Cada vez que llega el mes de noviembre, nuestra nación mexicana hace eco en el mundo sobre todo por la gran tradición del festejo del día de los muertos que tanta popularidad ha dado a los mexicanos y que nos ha caracterizado también de una manera bastante especial frente a tan fuerte acontecimiento de la vida humana. Ciertamente salen a relucir los elementos culturales y folclóricos de las imágenes unidas a los ya tan característicos elementos literarios como las célebres calaveritas, los poemas, las prosas poéticas y los cuentos que abordan dicho tema, en ocasiones con dramatismo, pero en la mayoría de los casos de una forma graciosa, divertida y hasta chusca.

Actualmente, las redes sociales nos facilitan el envío de imágenes, nos dan la oportunidad de disfrazar la muerte, compartir cientos de miles de ellas con distintas caras, y, sin embargo, la muerte nunca deja, ni dejará de ser la misma realidad, aquella que a menudo nos llena de preocupación y hasta nos atemoriza. Aquella que no deja de ser una misteriosa realidad para la humanidad.

Lo cierto es que, la muerte, como el nacimiento, el crecimiento, el desarrollo, la reproducción u otras etapas de la existencia humana lleva una gran carga del misterio que solo está en las manos de Dios. Es una realidad que debemos asumir de una forma prudente y responsable pues es inherente a nuestra existencia y queramos o no nos es inevitable. Las circunstancias de cómo le llegue a cada persona pueden ser tan diversas como las caras que le ponemos en las distintas iconografías o como los disfraces con los cuales la podemos vestir, pero la realidad se impone como lo dice un célebre filósofo español: Xavier Zubiri. Esa nunca deja de ser la misma. La muerte es parte de nuestra existencia, pero no el elemento más importante de nuestra vida.

Siendo que la muerte en su mayor parte pertenece al misterio que solo Dios conoce en plenitud y, por lo tanto, queda incontrolable para nuestras capacidades humanas, mi propuesta de reflexión es enfocarnos en la vida. En aquello que nosotros sí podemos transformar a través de nuestra voluntad, de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo, de nuestro sacrificio, y también de la utilización de los diferentes medios y posibilidades que están en nuestras manos.

Enfoquémonos en que nuestra vida esté cargada de elementos de solidaridad y justicia, pero sobre todo de caridad y trabajo. Esforcémonos en vivir responsablemente nuestras relaciones familiares, laborales, sociales y también de fe al 100% dando lo mejor de sí. Vivamos con plenitud y optimismo la oportunidad de compartir este mundo y dar nuestra aportación para mejorarlo.

Que las enfermedades u otros obstáculos sean los que sean, no nos amedrenten el deseo y la pasión de compartir y disfrutar la vida con generosidad y responsabilidad cuidándonos unos a otros. Que esos obstáculos no nos arrebaten el proyecto por el cual vivimos y por el cual también Cristo murió por cada uno de nosotros que es: darnos la vida y dárnosla en plenitud. Dejemos que la muerte se preocupe por encontrarnos y no nosotros por buscarla. La muerte no es más que la puerta hacia la plena felicidad. Que al encontrarla lean en nuestro epitafio: Aquí yace... y para que la muerte pudiera llevárselo, pidió permiso a la vida.