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José Luis Vega López

En busca de una formación misionera para la evangelización

Con la participación de más de una veintena de personas venidas de diferentes puntos geográficos de la zona norte de nuestro país y algunos representantes diocesanos encargados de la actividad misionera de dichas zonas y bajo la coordinación del P. Ivo Saúl Flores, encargado nacional de la IAM (Infancia y Adolescencia Misionera) , por parte de las OMPE (Obras Misionales Pontificio Episcopales) se llevó a cabo el pasado mes de Julio, en la hermosa ciudad de Saltillo Coahuila, el segundo ESAM (Escuela para Animadores Misioneros) de la zona norte de México para brindar una importante e integral capacitación en el área de la espiritualidad, animación y formación misionera.

Este acontecimiento estuvo marcado por la ya tradicional alegría del espíritu misionero, pero también por un verdadero interés y colaboración de todos los que formamos parte del evento. A través de temas, talleres, dinámicas, celebraciones y momentos de convivencia, todos tuvimos la posibilidad de contribuir en el impulso de ese espíritu misionero que nuestra Iglesia tanto requiere. Es muy preciso hacer mención que, después de más de veinte siglos, aquella invitación de Jesús: “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio”, es decir, vayan a llevar a todas las personas el mensaje de paz, solidaridad, reconciliación y salvación de parte de Dios para ser en sus propias personas Buena Noticia para los hermanos (as), está todavía lejos de su plena realización. Pues, se estima que, de los 7550 millones de personas en el mundo, según el último informe demográfico de la ONU, hay más de dos terceras partes de la población mundial que aún no han recibido el mensaje de Cristo. Es necesario, entonces que los cristianos tengamos una fe fuerte llena de iniciativa y proyección para afrontar esta ardua tarea de evangelización con convencimiento. Pero esto no puede ser posible sino después de una verdadera formación.

El objeto de la formación para la misión nos lleva a entender que no es otra cosa más que el tomar, nosotros, una configuración a la misma persona de Cristo. Un Cristo que primero se hace amigo de todos indiscriminadamente, para que una vez cautivados por su amor, no sólo de sus palabras sino, más aun, de sus acciones, llegue a ser el centro de interés en nuestras vidas. Aquello que nos humaniza y que eleva nuestra dignidad al orden divino de nuestro creador que es amor. Con esto, el misionero, está invitado a desgastarse voluntariamente en el servicio, a perdonar a aquellos que han sido injustos, a hacerse protector de quienes han sido menos beneficiados en nuestra sociedad, y a construir juntos una Iglesia y un mundo mejor.

Esta formación para el desempeño de la actividad misionera surge principalmente de la práctica de tres aspectos: 

  1. La escucha de la palabra de Dios y con ello la oración y la meditación; por eso es tan importante que toda persona seguidora de Jesús tenga en posesión la Biblia, que la lea cotidianamente y la comparta con quienes están en su entorno. Que asista frecuentemente a misa y escuche con atención la explicación de la palabra de Dios hecha por el sacerdote y se nutra del cuerpo y la sangre de Cristo para tener un corazón y una mente sabia y poder comprender esa palabra internamente. 
  2. La información misionera: Es necesario que la cercanía a nuestra Iglesia y al círculo de personas que en ella encontramos, nos brinden medios informativos acerca de las misiones, de lo que la Iglesia confía en ellas, de cuál es el estilo de vida de los y las misioneras, por qué se consagraron a esa actividad, qué hacen, con quiénes viven, cómo se formaron, en dónde se encuentra su fortaleza, las alegrías que les ha brindado su vocación, pero también, algunas de las penas que han padecido en el seguimiento más radical a Cristo. Para ello es preciso acercarnos a los misioneros para conversar y preguntarles, ver y leer material misionero como revistas, libros, videos, sitios web, etc. Por último, el acercamiento a la palabra de Dios y el conocimiento de los misioneros nos debe llevar necesariamente al siguiente aspecto.
  3. Servicio misionero: esto no significa, obligatoriamente, que vayamos a dejar nuestra propia realidad para irnos a un país lejano. El servicio misionero es algo gradual que comienza, en la mayoría de los casos, con pequeñas acciones de ayuda dentro de nuestras parroquias como: ser monaguillo, miembro del coro o algún grupo parroquial, integrarse a actividades litúrgicas o de catequesis, etc. Esos servicios nos irán proporcionando, poco a poco, la formación de nuestra fe y el celo misionero al mismo tiempo que nos irán abriendo nuevos horizontes de evangelización.

La escuela de animación misionera nos ha recordado que todo ese esfuerzo y compromiso es en favor de muchos de nuestros hermanos necesitados con quienes debemos hacer efectivas nuestras obras de misericordia tanto espirituales como materiales. En favor de Dios, con quien es necesario tener, cada vez más, una relación fuerte de gratitud y amor y también en nuestro favor, como símbolo de la búsqueda y colaboración para nuestra salvación. 

¿Te animas a formarte misioneramente?

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