Skip to main content
Alberto Morales Reyes

La importancia de seguir la Voluntad de Dios

Actualmente vivimos en un mundo materializado; la mayoría de las personas persiguen ideales aparentemente exitosos para llenar su poca falta de Fe y la intranquilidad que existe en su interior. Algunos de ellos pueden ser: el tener una carrera profesional exitosa, ganar una fortuna, comprar casas, automóviles, obtener los más grandes puestos gerenciales, tener el mundo a sus pies. Constantemente están repitiendo todo tipo de frases o “mantras” como: “merezco fortuna”, “me declaro en plenitud financiera”, entre otros tantos que no solo son absurdos, sino que provocan que el ser humano se convierta en alguien materializado.

No niego que algunas de estas cosas, bien enfocadas y ejercidas por personas completamente centradas, pueden impulsarlas a sentir plenitud, y son contentas con ello. No obstante, algunos individuos tienden a perder los pies de la tierra: comienzan a centrar todos sus esfuerzos en lograr cada uno de estos objetivos que, sin darse cuenta, se pierden en su soberbia y egoísmo, tanto que se olvidan de las personas que los rodean, aún más, se olvidan de ellos mismos. Trabajan tanto por obtener lo que desean, que no se dan cuenta que todo esto les va costando la salud, mermando su calidad de vida, afectando su integridad moral (es innegable que cuando el hombre va cegado por su ambición de obtener poder, es capaz de ejecutar cualquier acto que va en contra de la ética), como bien lo dice La Palabra: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mateo 16, 21-27).

Hoy, Jesús nos ofrece una mejor opción. Lo que más desea es que el ser humano alcance la plenitud, pero siempre según Su Voluntad y obedeciendo en todo momento a lo que Él espera de nosotros. Para esto es muy importante aprender a silenciar todo el ruido interior que las superficialidades de la vida nos provoca; una vez que hemos encontrado silencio en nuestra alma, es muy importante iniciar un nuevo proceso de “renacimiento” de nuestro “yo”.

¿A qué me refiero con esto? Comenzar a centrar todos nuestros esfuerzos en llevar una buena relación con Cristo, creyendo verdaderamente que está cerca de nosotros en todo momento, esperando siempre a que entremos en contacto con Su Persona mediante la oración, la Eucaristía, el Sacramento de la Reconciliación, etc. Con esto, nuestra alma comienza a centrarse, poco a poco, con práctica y paciencia, en entender exactamente lo que el Señor quiere de nosotros. Y si nuestra vida religiosa y espiritual se intensifica todavía más, seremos capaces de tener la fortaleza suficiente para darle un SÍ al LLAMADO que el Señor nos está haciendo. Él siempre encontrará la forma de hablarte, desde en los pequeños sucesos de cada día hasta de manera personal, en tu oración; así, en medio del silencio o de la soledad de tu habitación, podrás sentir ese fuego interior, esa presencia de Dios que quiere sanar tu vida, que hace que renazcas del Agua y del Espíritu, para ser una nueva persona, que en toda su vida busque glorificarlo. Así comienza y se alcanza la madurez en nuestra relación personal con Cristo.

Nos iremos olvidando de lo superficiales que son las cosas que el mundo nos ofrece, y comenzaremos a vivir en la verdadera plenitud obedeciendo a la Voluntad de Dios. Solo así nos daremos cuenta que solo Su Amor es capaz de brindarle paz a nuestra alma, de llenarnos plenamente y sobretodo, de hacernos llevar una vida digna, dándole gracias y viviendo en comunión con Él.

¿Te ha gustado este artículo?

¡Compártelo!