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P. Juan Olvera s.x.

Seguir a Cristo

Cristo no solo nos llama para que lo conozcamos y vivamos en su amor, su llamada es ante todo una provocación al seguimiento de su persona, imitando su vida y conformando la propia existencia con la suya (VC 1). Esto es lo que experimentaron los primeros discípulos a quienes invitó a ir tras Él, para compartir su vida y su misión en el mundo (Mt 8,22; Mc 2,14; Lc 5,27; Jn 1,43).

En este sentido los discípulos al seguir a Cristo encarnan el mismo estilo de vida que vivió el Señor. Al mismo tiempo esta manera de vivir se convierte en signo que invita a todos a ser discípulos desde la vocación recibida en el bautismo. El seguimiento de Cristo es el criterio de interpretación de lo que somos y hacemos como bautizados. El seguimiento es el valor fundamental a partir del cual tienen sentido todos los demás aspectos de nuestra vida. Ya lo decía san Guido María Conforti: Él nos ha precedido con su ejemplo, y nosotros no podemos seguir otro camino que aquel que Él siguió, si queremos alcanzar el premio eterno reservado a quienes hayan luchado y vencido. Dichosos nosotros si seguimos a nuestro guía por este noble camino que han recorrido los santos (1919, Marzo, Parma, Autógrafo “La palabra del Padre”: Páginas Confortianas, 310).

Estamos hablando del seguimiento de Jesucristo en conformidad con el modelo propuesto en la Sagrada Escritura. Por lo tanto, en este caso es importante subrayar algunas de las características propias del seguimiento de Jesús como aparecen en los Evangelios de manera particular en Marcos.

En el origen del seguimiento encontramos la llamada personal de Jesús, la cual no emerge por iniciativa de los discípulos sino por voluntad del Señor, sin embargo, requiere una respuesta personal como amor a la persona de Jesús y conversión: cambio, ruptura y abandono de todo aquello que impida caminar tras sus huellas (Mc 2,16 -20). La persona de Jesús llega a ser el centro de toda su existencia.

Los seguidores de Jesús siempre están juntos, conviven con él y lo acompañan, pues para eso los eligió: para que convivieran con Él (Mc 3,14). Jesús les muestra su identidad y comparte sus enseñanzas a través de todo lo que hace en su presencia. Desde su persona y su obra va modificando las ideas preconcebidas que sus discípulos tenían de Dios y del Mesías. Este camino de conversión no fue y no es nada fácil. Los discípulos no logran entender la novedad de Jesús. De hecho, no comprendían las parábolas (4,13) porque la comprensión de las parábolas se relaciona con un camino de fe, ya que de alguna manera la comprensión depende de la disposición a la conversión, de la elección y de la luz del Espíritu. En otras palabras, el entendimiento requiere el llamado-don y la respuesta humana de fe. Camino que los discípulos todavía no recorrían al principio de los Evangelios.

San Guido enseñaba la necesidad de estar dispuestos a repensar la vida a la luz de la naturaleza sorpresiva de la persona de Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida; quien me sigue no camina en las tinieblas, dijo el Maestro. Y estas palabras deben convencernos de la necesidad que tenemos de mantener siempre fija la mirada en Él, como modelo incomparable a seguir.