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P. Jesús Tinajera s.x.

Un diálogo que sorprende

Jn 11, 1-44, nos presenta la resurrección de Lázaro. En este relato existe todo un mundo de personajes que dialoga con Jesús antes de que Él realice el milagro, Marta y María, los discípulos de Jesús, los judíos y lo más sorprendente, la presencia de Dios Padre que resalta la finalidad de tal acontecimiento: “Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella” (Jn, 11, 4).

Nuestro amigo Lázaro se ha dormido...

Los diálogos de Jesús con sus discípulos nos conducen también a nosotros a descubrir nuestra fe. La comparación del sueño con la muerte natural es una imagen bíblica presentada ya en el Antiguo Testamento: “Despierten y den gritos de júbilo todos ustedes que yacen en el polvo” (Is 26, 19). La tradición de enterrar a los muertos lleva un toque de esperanza. El sepulcro es solamente un lugar de descanso. Jesús, cuando afirma que su amigo duerme, quiere fortalecer la fe en la resurrección en cada uno de nosotros. San Pablo, convencido de la resurrección, nos exhorta a vivir conforme a la voluntad de Dios: “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y la luz de Cristo brillará sobre ti.” (Ef 5,14).

¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?

La gloria de Dios resplandece en todo el relato. Jesús anticipa con sus palabras que, lo que va a suceder con Lázaro enfermo, servirá para la “gloria de Dios” y para la glorificación de Él mismo. Como punto de partida, Jesús se presenta ya como el vencedor de la enfermedad. Los discípulos de Jesús son fortalecidos también en su fe sobre la resurrección de los muertos. Jesús les dice: “Yo me alegro por ustedes de no haber estado allí, pues así ustedes creerán” (Jn, 11, 15).

Si Lázaro ha muerto, también “el mellizo” quiere morir con él. Ese Tomás, que conocemos como el incrédulo, ahora tiene fe en que Jesús hará algo con Lázaro que está muerto. La fe se va perfeccionando por la escucha de la palabra de Jesús, nuestro maestro. También Marta, hermana de Lázaro, confiesa su fe: “Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” y la misma María, cayendo a los pies de Jesús lo glorifica. Los judíos que se convierten abrieron su espíritu a la Gloria de Dios (cfr, Jn, 11, 45). Dios nos sorprende con este diálogo cargado de fe y esperanza en el milagro de la resurrección de Lázaro. “Levántate y brilla, que ha llegado tu luz y la gloria de Yahvé amaneció sobre ti” (Is, 60, 1).

Reflexión personal

¿Cuáles son las pruebas de fe más difíciles que he tenido en mi vida? ¿Creer en la resurrección? ¿La Gloria de Dios es el motor de mi fe, de mis palabras y de mis actos?