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P. David Peguero s.x.

Custodio de las vocaciones

Hola amigos lectores y lectoras. ¿Cómo están? Reciban un cordial saludo de mi parte. Bienvenidos a nuestro encuentro mensual a través de nuestra revista. Seguiremos reflexionando sobre la figura de san José, pero ahora en su faceta de custodio de las vocaciones.

Acabamos de celebrar la 58º Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y el papa Francisco nos ha propuesto en su mensaje anual a san José como modelo y custodio de las vocaciones. Pues bien, veamos a qué cosa se refiere el Papa.

En su mensaje, el Papa señala tres palabras clave de la vocación de san José, que lo son también de toda vocación: sueño, servicio y fidelidad. La primera palabra se refiere a las aspiraciones, deseos o proyectos nuestros que adquieren una mayor plenitud en la llamada de Dios. La segunda señala la respuesta a ese sueño para hacerlo realidad, como una actitud de verdadera entrega y disponibilidad para con los demás, especialmente los más necesitados. La tercera indica el esfuerzo cotidiano constante para perseverar en la respuesta a la llamada, que se apoya en la confianza (es decir, fe) y se vive en la alegría, sabiendo que los sueños se viven en las pequeñas acciones diarias hechas con constancia y creatividad.

De lo anterior se desprende, creo yo, una tarea de vital importancia para todos: ser custodios de la vocación, a ejemplo de san José, quiere decir ser promotores de la misma, primero en nosotros mismos y luego en los más jóvenes o en aquellos que están buscándola. Seguramente conocerán el dicho que dice: Las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra y esto es más cierto cuando de vivir se trata.

Somos verdaderos promotores de la vocación cuando, en primer lugar, vivimos la nuestra, sea la vocación que sea, como una participación de nuestros sueños en el sueño de Dios, en actitud de disponibilidad y servicio, y de fidelidad cotidiana en lo que ella implica. Pero también es una responsabilidad nuestra (de las familias, Iglesia, escuela, etc.) contribuir positiva y adecuadamente, con mucha cercanía y tacto, en la formación y búsqueda vocacional de niños, adolescentes y jóvenes, motivándolos a buscar y querer sueños o ideales que los muevan a ser siempre mejores personas.

Infundiendo en la práctica a vivir una actitud de servicio y disponibilidad mediante la toma de responsabilidades de acuerdo a sus capacidades y edad al interior del seno familiar, de la comunidad o escuela; y, finalmente, sosteniéndolos en sus momentos de confusión, desánimo y flaqueza para que no se rindan en su esfuerzo por alcanzar los ideales que dan sentido a la vida, al esfuerzo y a las renuncias, pero que también dan paso a la alegría y contento por haber alcanzado una meta muy importante que puede ser decisiva en la vida de una persona.

La Iglesia necesita este tipo de personas. El mundo también las necesita. Y si Dios te llama a vivir tu sueño en su gran sueño de mostrar su misericordia y amor a toda la humanidad como misionero, sacerdote, consagrado o consagrada a Él. ¿Por qué no escucharlo y responderle? Creéme, vale la pena intentarlo.