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P. Rubén Macías s.x.

Gesto supremo

En esta ocasión, queridos lectores, amigos, quisiéramos hablar del número 51 de las Constituciones Xaverianas; y entra muy en contexto con lo que vivimos en este mes de noviembre al recordar a nuestros difuntos.

Nos dice el número 51: Para nosotros, la muerte es el gesto supremo de “dar la vida” por el Evangelio. Nos preparamos para esta cita de gracia del Señor con la vigilancia y la oración. Cultivamos la memoria de nuestros hermanos, especialmente de aquellos que se han sacrificado por el Reino de Dios hasta el martirio. Su recuerdo ayuda a mantener despierto el ideal al que hemos dedicado la vida.

En las Constituciones Xaverianas, la muerte del xaveriano es interpretada en clave oblativa. Cuando muere, el xaveriano da la vida por el Evangelio; de hecho, toda su vida es vivida en clave oblativa, la muerte es solo la coronación de una vida vivida así, en entrega total. La expresión tiene además un carácter martirial. El mártir llega a ser, después de los apóstoles, prototipo del discípulo, en el sentido que renuncia a la propia vida, entregándola efectivamente, para seguir al Señor hasta la cruz.

Recuerdo las enseñanzas de mi maestro de novicios, el padre José Scremin, de feliz memoria. Él nos hablaba de dos tipos de martirio, el rojo que se consuma cuando se derrama la sangre por Cristo, privilegio de algunos escogidos por Dios y por las circunstancias, martirio que no hay que buscar; pero también nos hablaba del martirio blanco, ese que se vive a diario en una vida entregada totalmente por el anuncio del Evangelio. El padre Scremin nos exhortaba a buscar este martirio, a llevarlo adelante todos los días de nuestra vida misionera, en las pequeñas obras, en la perseverancia, hasta el día de nuestra muerte.

Esta enseñanza viene desde tiempo de nuestro fundador, de hecho, el martirio era un aspecto importante en la enseñanza de monseñor Guido María Conforti. En la Carta Testamento habla de la vida religiosa también como martirio. Por eso luchó tanto para que se aceptaran los votos religiosos como condición de pertenencia para su instituto misionero. En sus múltiples enseñanzas en la capilla de los mártires, al momento de enviar misioneros les hablaba siempre con ese lenguaje de holocausto, de dar la vida por el Evangelio. El misionero que partía, decía, debía estar dispuesto a hacer sacrificio de su propia vida. En una ocasión, ante la noticia del martirio de algunos padres carmelitas escribía al padre Mainini: Y el Instituto de san Francisco Xavier, ¿cuándo podrá preciarse por esta gran suerte? Por lo pronto tomemos ánimo con hacernos dignos de mérito de esta gracia: quizás la oportunidad no falte en otra ocasión.

La gran mayoría de los xaverianos no seremos mártires, ciertamente, pero según este número de las Constituciones, debemos vivir el momento de la muerte como oblación martirial, como el culmen de una vida entregada, una vida de martirio blanco. Y esto no son palabras, en las misiones como en los países de formación y animación misionera los ejemplos de una vida entregada de manera oblativa son numerosos. En este año estamos celebrando setenta años de presencia en México, haciendo memoria de ello relucen tantos hermanos que se entregaron, se sacrificaron día a día de manera generosa, martirial para el florecimiento de nuestra región. Recordemos a nuestros difuntos, como nos piden las Constituciones, hagamos memoria de sus vidas de oblación y sigamos sus pasos.

¿De qué manera vives tu entrega diaria al Señor? ¿Tu estilo de vida te prepara a una muerte oblativa?