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2 Marzo 2024
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La Palabra

III Domingo de Cuaresma - Ciclo B
P. Rubén A. Macias Sapien sx

“El celo de tu casa me devora”

Jn 2, 13-25

Queridos hermanos y hermanas, nos adentramos en el corazón de la Cuaresma, ya estamos en el tercer domingo y en esta ocasión, las lecturas nos hacen un claro llamamiento a purificar nuestro modo de relacionarnos con Dios; hoy vemos como Jesús, con “látigo en mano” purifica el templo y digámoslo así, nos invita a hacer lo mismo, purificar nuestra manera de vivir nuestro culto y nuestra relación con Dios. Este relato de la expulsión de los vendedores del Templo ha sido testimoniado por los cuatro evangelistas (Mt 21,12-17; Mc 11,15-18; Lc 19,11; Jn 2,13-25); esto nos hace ver la importancia y el efecto en la vida de los primeros cristianos.

¿Qué quiere enseñarnos el Señor con este gesto por demás profético? Para Jesús, la presencia de los vendedores y de los cambistas en el lugar más sagrado de Israel, es la manifestación por demás clara de una corrupción, degradación, aberración, en la práctica de creyente, de la manera como Dios quiere tratarnos. Para Jesús, Dios es ante todo Padre, por lo tanto, la relación con él debería estar marcada por la gratuidad del amor y no por la necesidad de “negociar” la conversión y el perdón. El templo convertido en “mercado” implica asumir una mentalidad de “trueque” en la que busco “obligar” a Dios a cumplir nuestros caprichos. Quien negocia con Dios, revela que no conoce su amor. Una relación comercial con Dios habla de un desconocimiento de su corazón y de una desconfianza en su misericordia. El “celo” de Jesús nace de su amor filial al Padre, de saberse Hijo amado en la verdad, y de conocer profundamente el corazón de Dios.

Una segunda enseñanza tiene que ver con la realidad llamada “templo”; para Jesús, el templo, como espacio sagrado, es el lugar de encuentro con el Dios paciente, compasivo y misericordioso, que es capaz de consolar nuestras tristezas, perdonar nuestros pecados, corregir nuestros errores y abrazar con misericordia nuestra fragilidad y nuestra miseria. Para Jesús, lo que es importante es ese encuentro con el Dios Padre; el lugar material siempre será importante, tanto cuanto nos facilite, nos ayude, nos propicie el encuentro con Dios Padre; de hecho, el lugar de encuentro por excelencia con el Padre es el corazón mismo de Cristo. Sus palabras y sus gestos hacen visible y tangible la misericordia de Dios en medio de la historia de una humanidad peregrina y doliente.

Además, si gustan como tercera enseñanza, el templo debe de ser también un lugar de encuentro entre los que se ven, se asumen y se aceptan como hermanos; quienes juntos se reúnen para dar gloria a Dios Padre en la fraternidad que construyen. Esa es la finalidad de los mandamientos que Dios prescribe a su pueblo en la primera lectura (Éx 20, 1-17), porque Él es un Dios cercano que camina con nosotros y nos llama a su encuentro, en lo ordinario de la vida y en favor de lo ordinario de nuestra vida y de nuestras relaciones con los demás. Por eso nos da esos mandamientos, los cuales no son otra cosa que un programa de vida que regula nuestra relación con él y con los demás.

En pocas palabras, Jesús quiere darle de nuevo el justo lugar a nuestra relación con Dios, vivida en un templo, pero también en nuestra vida de todos los días, por eso propone varios criterios que deben regular toda espiritualidad y todo culto cristiano:

  • Antes que nada, Jesús quiere un culto «en espíritu y verdad», que nos lleve a adorar al «Dios de la vida», un Dios en medio de nosotros, un Dios cercano, un Dios que quiere vida para todos, especialmente para los que sufren.
  • Jesús quiere que convirtamos en sagrados todos los momentos de la vida. De modo que, todos los días, en todo lugar y en todo momento, el cristiano sepa encontrarse con él, tanto en su vida diaria, como también en el templo, en los momentos de culto.
  • Jesús quiere que culto y estilo de vida vayan de la mano. Que lo que vivo (lo que hago, y lo que me pasa) me lleve al culto/oración, y viceversa, lo que vivo en el culto lo lleve a la vida diaria.
  • Para Jesús, «el hombre» es el verdadero templo de Dios. La casa de Dios está en los hombres, sobre todo en los pobres. Cada uno de nosotros está habitado por él: nuestro interior es el lugar para encontrarlo. Insistimos: el templo no es un sitio donde hay que «ir», sino un espacio donde hay que encontrarse.

Hermanos y hermanas, al entrar en esta tercera semana de Cuaresma, preguntémonos: ¿De qué manera vivo mi relación con Dios? ¿Qué es para mí “el templo”; qué función tiene en mi vida? ¿El culto que vivo en mi parroquia, en mi Iglesia, es la manifestación de ese celo “que me devora” en el cumplimiento de la causa de Jesús, por construir un mundo de hermanos, un mundo de justicia, de respeto, de pluralidad, de aceptación del otro, de paz? Si nuestra respuesta no va en sintonía con la enseñanza de Jesús, no tengamos miedo a usar “el látigo de cordeles” y purificar nuestra manera de dar culto a Dios. ¡Buena Cuaresma!

P. Rubén Antonio Macias Sapién sx

Misionero Xaveriano

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