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10 Marzo 2024
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La Palabra

IV Domingo / Laetare de Cuaresma - Ciclo B
P. Rubén A. Macias Sapien sx

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”

Jn 3, 14-21

Queridos hermanos y hermanas, en este cuarto domingo de Cuaresma, se nos invita a meditar sobre un tema que está en el centro del anuncio cristiano, es decir, el gran amor que Dios siente por la humanidad. Misericordia y salvación son las palabras claves de este domingo, pues ellas nos hacen experimentar concretamente su amor. El Dios en el que creemos es un Dios rico en misericordia, porque lo propio de Dios es amar a sus creaturas con un amor total, incluso hasta el extremo de dar la vida por ellas. Hoy, entrando a la cuarta semana, llamamos a este domingo de "laetare" (alégrense), porque nos invita a una serena alegría, porque centramos nuestra mirada en ese Dios que históricamente “tiene compasión de su pueblo” (Primera lectura: 2 Crón 36, 15b), y por cuya gracia “hemos sido salvados” (Segunda lectura: Ef 2, 4-10).

El Evangelio de hoy, pues, nos pide meditar sobre las palabras que Jesús dirigió a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna» (Jn3, 14-21). Al escuchar estas palabras, estamos llamados a dirigir la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sentir dentro de nosotros que Dios nos ama, nos ama de verdad, y nos ama en gran medida. Esta es la expresión más sencilla que resume todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología: Dios nos ama con amor gratuito y sin medida. Esto no es puro sentimentalismo, no, esta verdad tiene grandes consecuencias en nuestra vida y en nuestro proyecto de felicidad, sobre todo en el modelo de ser humano al que queremos llegar.

En primer lugar, estamos invitados a “levantar al hijo del hombre” decía Jesús a Nicodemo; es decir, poner encima de todo a Jesús, en nuestras vidas. En todo lo alto para verlo, para hacer de su amor el criterio de nuestro amor, la medida de nuestra entrega a los demás, la fuente de nuestro actuar. Recordemos algo importante, la Cuaresma, toda nos debe llevar hacia el crucificado. Él es el signo que el Padre levanta en medio del desierto de este mundo. Y se trata de mirarle a él. Pero de mirarle con fe, con una mirada contemplativa y con un corazón contrito y humillado. La Cuaresma nos ha puesto de frente a nuestros pecados y nuestra necesidad de conversión, pero al contemplar el amor de Dios manifestado en la cruz de Cristo, nos descubrimos salvados, “porque Dios NO envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él”. Entonces el primer fruto de nuestra contemplación es esta: somos pecadores perdonados, no condenados, sino salvados. Alguien pagó por mí, por ti, alguien nos salvó.

Un segundo fruto: “El que cree en mi tiene vida eterna”, dice Jesús. Al contemplarlo y creer en su amor, Jesús hace de nosotros criaturas nuevas. Contemplar ese modo de amar nos abre a una nueva manera de vivir, de amar. Aquí entra una segunda consecuencia: “con Cristo y en Cristo”, dice san Pablo en la segunda lectura, obtenemos esa nueva vida, esa vida que se nos propone al descubrir en la cruz la medida del amor, la manera de amar y encontrar la plenitud de nuestro ser, puesto que somos creados para amar y en el amor encontramos nuestra realización. Recordemos hermanos que el cristianismo es la religión del amor. Creer en Cristo crucificado nos abre al otro y nos descentra de nuestro egoísmo, fuente de todo mal y nos lleva a amar como Dios Padre nos ha amado por medio de su Hijo. Creer en el amor manifestado en la cruz significa aceptarlo como criterio rector de la vida, como camino y orientación de los propios esfuerzos vitales, como fuente y nutrimiento de la propia existencia: ¡Así se ama! Y es a partir de este criterio de vida, por lo tanto, que oriento mis obras, ya no como obras de “tinieblas” marcadas por el egoísmo, sino “obras de luz” porque “están hechas según Dios”, están hechas a la medida de este amor contemplado y recibido “en Cristo y con Cristo” crucificado y resucitado. De esta experiencia, que es individual y comunitaria, surge un nuevo modo de pensar y de actuar: como testimonian los santos, nace una existencia marcada por el amor.

Hermanos, en este domingo de Cuaresma y durante toda esta semana contemplemos al Cristo crucificado, “levantemos” a Cristo crucificado y pongámoslo al centro de nuestra oración, experimentemos su amor que nos libera y perdona y aprendamos de él a amar a los demás. Feliz domingo de Cuaresma, domingo "laetare", “alégrense” porque él nos amó al extremo.

P. Rubén Antonio Macias Sapien sx.

Misionero Xaveriano

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