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24 Febrero 2024
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La Palabra

II Domingo de Cuaresma - Ciclo B
P. Rubén A. Macias Sapien sx

“… subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia…”

Mc 9, 2-10

Queridos hermanos y hermanas, las lecturas de hoy nos presentan a unos caminantes subiendo la montaña. En la primera lectura (Gén 22,1-2.9-13.15-18) es Abrahán que junto a Isaac camina hacia el monte Moría; en el evangelio (Mc 9,2-10) es Jesús quien lleva a Pedro, Santiago y Juan al monte Tabor. Leídos en el contexto de la Cuaresma, es claro que ambos relatos nos indican que la vida cristiana se vive en camino, somos peregrinos en búsqueda de la felicidad, caminos en los cuales hay que subir, pero también bajar. Un camino que no recorremos solos, sino que Dios está a nuestro lado. Para Abrahán, esta subida es renuncia que implica una gran confianza y una gran esperanza. No hay confianza sin esperanza, ni esperanza que no sea confiada. Para los discípulos de Jesús, la subida al monte tiene lugar entre los anuncios de la Pasión, anuncios que cuestionan y confunden, pero que también liberan y ubican en la justa medida la salvación que Jesús viene a traer y que los discípulos están llamados a aceptar y recibir. 

Es importante, pues, que comprendamos así nuestra Cuaresma, como un camino “de subida” hacia el encuentro con Jesús transfigurado, pero también un camino “de bajada”, que nos regresa a la realidad de nuestro mundo, ahí donde Jesús quiere realizar su misterio de salvación, pero pasando por la Cruz.

Analizando el texto del evangelio, Marcos nos dice que “Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó, aparte, a un monte alto…”. ¿Por qué ellos tres? Ciertamente, en ellos nos podemos identificar.  Recodemos, el primero, Pedro, se ha opuesto abiertamente al anuncio de la pasión y ha intentado persuadir a Jesús de buscar otro camino para instaurar el Reino. Santiago y Juan piensan el Reino de Dios con categorías de poder y de supremacía, recordemos que son aquellos que pedirán sentarse uno a la izquierda y otro a la derecha de Jesús en su reino. Por ello, pues, por ser los discípulos más ciegos y más aferrados a una imagen equivoca del mensaje, Jesús los toma y los lleva a vivir esta experiencia de encuentro, de luz, de liberación. Aprendamos, hermanos, que es necesario subir, dejar lo llano, lo seguro, lo conocido e ir hacia arriba. Toda subida implica esfuerzo, pero al mismo tiempo nos posibilita tener una mejor visibilidad y ser más libres. Hermanos, este es el tiempo de Cuaresma, Jesús “nos toma”, casi diría, nos agarra de la mano y nos obliga a subir a un monte alto para renovarnos, para alcanzar una mayor altura y entonces contemplar, dejarnos iluminar, dejarnos transformar, renovar por el anuncio de su Pascua, dejarnos renovar por su palabra. “Este es mi hijo amado, escúchenlo”. Cuaresma, tiempo para escuchar su Palabra, rumiarla, dejar que ilumine nuestro interior.

“Y entonces se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. La Cuaresma nos ha sido ofrecida de parte de Jesús para que veamos su rostro, nos dejemos entusiasmar de nuevo por su vida. El protagonista de la Cuaresma no eres tú, ni tu esfuerzo por convertirte, sino él que quiere seducirte, que quiere mostrarte toda la belleza de la nueva vida que te ofrece, la belleza de la vida cristiana que te está ofreciendo, hasta el punto que digas, como Pedro: “Señor, está bien que nos quedemos aquí”; déjate seducir por Jesús en esta Cuaresma, dale la oportunidad de “deslumbrarte”; que la vida cristiana de nuevo te llene de ilusión. Déjate iluminar de nuevo por el ideal de una vida entregada a los demás por amor.

Esta es la primera parte del camino, este momento de intimidad. La luz de Dios los envuelve y entonces se les abrirán los ojos y reconocerán a Jesús como el hijo amado de Dios, pero para reconocerlo como Salvador, hay que hacer el camino de bajada, hay que regresar a la realidad que los rodea, hay que recorrer el camino de la cruz. Esta es la segunda parte de nuestro camino de Cuaresma, de vida cristiana. Por eso Jesús les pide, al bajar del monte, que no cuenten a nadie lo que han visto, “hasta que el hijo del hombre resucitara de entre los muertos”. No se puede hablar de Cristo mientras no se es capaz de asumirle como Siervo Doliente, como el Mesías que debe sufrir, no se puede hablar de la gloria de Dios sin bajar a la realidad de la miseria, del dolor humano, de la injusticia en que viven los hombres, en fin, sin la cruz. Ahora los discípulos han contemplado la gloria de Jesús, su divinidad, pero no pueden hablar de ella hasta que no comprendan y acepten que el camino de la gloria pasa necesariamente por la cruz. No podemos ser testigos de la gloria de Dios sin recorrer el camino de la cruz, sin aprender a dar la vida como Jesús. El Jesús que nos salva es el que subió al monte Gólgota, cargando la cruz, el mal del hombre.

La Cuaresma nos es dada para hacer este camino, para subir y encontrarnos con él, en esta intimidad que nos ilumina y nos entusiasma, pero también para bajar y toparnos con el Cristo crucificado en las realidades de pobreza y miseria, generando la nueva vida fruto del amor entregado por nuestros hermanos pobres.

La Cuaresma puede ser entonces un tiempo oportuno de hacer juntos un camino nuevo que nos ayude a ser más libres para amar, servir y entregar la vida como Jesús lo hizo, para destruir el egoísmo y la indiferencia.

Sigamos adelante en nuestro camino de Cuaresma, subamos, sin olvidar, bajar, pues es aquí, en las realidades de muerte, que daremos testimonio de la resurrección de Cristo. ¡Buena Cuaresma!¡

P. Rubén Antonio Macias Sapien sx

Misionero Xaveriano

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